DIUMENGE XX durant l’any / A / 2023

Lleguir la Paraula de Déu

Llegir el Full Dominical

 

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA TOALLA (2)
Un gesto que nos moviliza hacia el bien (Jn 13, 1-8; 12-15)

En el relato evangélico de la curación de la suegra de Pedro (Mt 8, 14-15), leemos que, tras tocar la mano de la enferma, y una vez que su fiebre había bajado, Jesús la invitó a ponerse a servir. Jesús siempre reinserta el enfermo sanado en su medio familiar y social, lo que apunta a que la verdadera enfermedad es el aislamiento y la marginación. Jesús no cura a los enfermos para que luego, una vez sanos, se dediquen a lo suyo, sino para que se pongan a servir y den frutos de amor. Quien ha recibido un bien (la salud, en este saso), desde luego, de algún modo, pone ese bien en circulación. La circularidad del amor no debe ser rota.

De igual manera, Jesús lava los pies a sus discípulos para que ellos se laven los pies unos a otros. Para que se terminen las diferencias entre yo estoy arriba y tú abajo; yo soy hombre y tú mujer; yo, el amo y tú, el esclavo. Entre cristianos esas diferencias no deberían existir. Uno reconoce a un cristiano porque esas diferencias no existen.

¿Quiere Jesús simplemente (u no es, desde luego, tan simple) que seamos serviciales y fraternos todos con todos, o también quiere que repitamos ese gesto simbólico que es lavar los pies y partir el pan? El culto, el rito… ¿es un lujo del alma o una necesidad del corazón humano?

Cuando Jesús instituyó la eucaristía (haced esto en memoria mía) y el lavatorio, no estaba impartiendo una mera enseñanza moral (sed pan para el mundo, amaos como yo os he amado), sino que estaba instituyendo un rito: un gesto significativo que da fuerza para el camino del amor. Porque lavar los pies a un semejante puede ser, ciertamente, un acto moral, pero también es un acto simbólico. No sólo tenemos necesidad de buenas acciones, también necesitamos buenos símbolos: gestos que nos movilicen hacia el bien y que adelanten en nosotros sus frutos. Esta enseñanza de Jesús, por tanto, debe llevarse a la práctica tanto en la vida cotidiana como en el culto. El culto es la celebración de la vida cotidiana. Esa celebración no es algo secundario o prescindible: es vital ritualizar para darnos cuenta de que nuestras acciones no se pierden en lo pragmático cotidiano, sino que trascienden lo concreto y apuntan más allá.

Llegar a esta no acepción de personas no es un trabajo únicamente moral (ni, desde luego, simplemente celebrativo o ritual), sino también mental, interior. Mediante la meditación, educamos a la mente al no juicio y a la no discriminación. Sabernos parte de un todo nos hace por fuerza servidores de ese todo.

Este trabajo espiritual consiste en lo que llamamos vaciamiento. Vaciarse es olvidarse de sí, desapropiarse de lo que consideramos propio: no identificarnos con nuestro trabajo, con nuestra condición sexual o con nuestro estado civil, con nuestra nacionalidad o confesión religiosa. Para vivir de verdad es importante liberarse de todos los papeles, aun de los más sagrados, sobre todo de ellos. Mientras se está representando un rol, es imposible vivir, comunicar, disfrutar, estar realmente ahí. Por eso, nada hay peor que un sacerdote que siempre está actuando como un sacerdote, por ejemplo. Nada peor, sobre todo para su hijo, que una madre que no sabe más que ser madre. Que un atleta que sólo sabe estar en la pista, que nunca se relaja. Que un intelectual que no se baja jamás de sus ideas.

Nuestro problema es que damos demasiada importancia a todo lo que es secundario o accidental: nuestros roles profesionales, de sacerdotes, de profesores, de padres de familia… En última instancia, ésta es la lección del lavatorio de pies: lo que caracteriza al Dios cristiano es la desproporción de su condición de Dios, su no identificación con su propio ser divino. Pero esta desidentificación es lo que luego le va a permitir a Jesús identificarse con el mundo y ser capaz de decir: Esto soy yo, esto es mi cuerpo. La condición para entrar en lo ajeno es dejar lo propio.

Jesús hace vacío de sí, por eso mismo es Dios, por eso mismo es como Dios. La Forma es Vació. La forma (Jesús) se vacía de sí para dar lugar al fondo (Cristo). Ésta es la lección que nos enseña en la cruz, que ya no está muy lejos en su camino.

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz