Naixement de sant Joan Baptista / B / 2018

 

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Lectura espiritual

Un corazón de oración

Esto acontece en el fondo de la vida trinitaria oculta en nuestro corazón. Por unos instantes, una “ola” de esta vida perdida en el fondo del ser sube hasta la conciencia y nos da el gusto, el empuje, el amor.

Para hablar de la oración, antes hay que hablar de la vida trinitaria perdida en el corazón del hombre. Y lo que complica el despliegue de esta vida y bloquea la máquina, es que está gimiendo en nosotros como en un corazón de piedra.

Si no conseguimos rezar bien, no es a causa del poco tiempo o de las distracciones, sino a causa de nuestro corazón de piedra prisionero en un “cuerpo de muerte” (Rm 7,20).

Hablamos de una oración equivalente a la que los Padres del Oriente han llamado la “Oración del corazón”, oración que busca su fuente y sus raíces en lo más íntimo de nuestro ser, más allá de nuestro espíritu, de nuestra voluntad, de nuestros afectos y de las técnicas de oración.

Por la oración del corazón, buscamos a Dios mismo o a las energías del Espíritu en las profundidades de nuestro ser y lo encontramos invocando el nombre de Jesús con fe y amor.

El nombre de Jesús es como un “disparo”, una flecha que horada nuestro corazón y libera la Gloria del Resucitado colgada en nosotros desde el bautismo. Cuando hablamos de un encuentro con Dios, hay que entender bien los términos de la experiencia mística.

Cuando decimos que el hombre ha de descubrir la oración, pensamos en las energías del Espíritu que habitan en su corazón (Rm 8,9-11) para transfigurarlo. Incluso todo el cuerpo participa de esta transfiguración, de tal manera, que es remodelado, transformado y santificado por la potencia del Espíritu.

Haber nacido de nuevo es como haber estado tomado de nuevo y vuelto a pastar en el seno mismo de la Trinidad; es como volver al mundo después de haber tomado un baño en un agua profunda y luminosa, la de la verdad del Dios Amor (1Jn 3).

En el fondo, es tomarse seriamente la gran afirmación paulina: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, recibido de Dios, que habita en vosotros?… Así pues, glorificad Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,19-20). Entonces la oración se desintelectualiza, se identifica con el ser físico y se adhiere al mismo ritmo de la respiración.

Esto puede parecernos extraño a los occidentales. A causa de nuestro espíritu cartesiano, tenemos siempre tendencia a imaginarnos el Espíritu Santo como al Espíritu que tiene una cierta connaturalidad con la realidad de la inteligencia del hombre, cuando, de hecho, el Espíritu Santo -como Dios que es- trasciende radicalmente tanto la inteligencia del hombre como su naturaleza corporal, y puede santificar y transformar realmente tanto el cuerpo del hombre como su alma.

Jean Lafrange: La oración del corazónn