Diumenge XXXI durant l’any / A / 2017

La Paraula de Déu

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Lectura espiritual

Y, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? (Lc 7,44)

Jesús, tocado por aquella mujer que lo ha conmovido, no la olvida: en la última cena repetirá el gesto de la pecadora desconocida y enamorada, lavará y enjugará los pies de sus discípulos. Hay algo de grandioso y conmovedor: Dios imita los gestos de una mujer.

Jesús, el justo, hace suyo el gesto inventado por una pecadora: la persona y Dios usan los mismos gestos: Creador y criatura se encuentran aquí, en el terreno del amor más creativo.

El amor es lo divino en nosotros. cuando ama, la persona realiza gestos divinos; cuando ama, Dios realiza gestos humanos, y lo hace con un corazón de carne.

Para Jesús, mirar y amar eran lo mismo. Para Simón, mirar y juzgar eran todo uno. Generalizar, colocar en una categoría, clasificar. Y así no encontramos la vida, sino solo nuestros prejuicios.

Mírala, Simón, ella ama mucho. Jesús la presenta como un magisterio para el sabio Simón. Aprendamos de esta discípula la respiración libre y plena, y a echar por la borda –en un solo gesto- todo un patrimonio de cálculos y tristezas.

Cuando habla con las mujeres Jesús va derecho al centro, al pozo del corazón. “Ve a llamar a tu marido”, le pide Jesús a la samaritana, es decir, al hombre que ama (Jn 4,16). Únicamente entre las mujeres no tuvo enemigos Jesús; el suyo es su mismo lenguaje, el de los sentimientos, del deseo, de la búsqueda de las razones sólidas para vivir.

El rostro de Dios en aquella cena aparece libre, cercano y nuevo: un Dios que ama el perfume, el perfume que no es un deber, que no prescribe ninguna ley, que está más allá de lo lícito y lo ilícito, más allá del deber y no deber. Que no sigue diciendo “tú debes”, sino y sobre todo “tú puedes”.

Tú puedes amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Amor perfumado.

Un Dios al que le gustan los besos y las caricias, porque el cuerpo con su lenguaje es el lugar donde aflora y florece el corazón. El monje camaldulense Benedetto Calati solía repetir que dios es como un beso. Ternura de Dios caída sobre la tierra como un beso.

A aquella mujer le bastaba, como a muchos otros, pedir perdón; pero no lo hace; inventa un gesto para decir que Dios es así, está bajo el signo de la fiesta gozosa.

El Dios en quien yo creo es el Dios de las bodas de Caná, el Dios de la fiesta, del gozoso amor danzante, un dios feliz que está de la parte del vino, que ama el perfume de Betania, que hace del amor un lugar en que germinan los milagros, un rabí amante de los banquetes, consolador de pobres, un Dios feliz que otorga el placer de existir y de creer. Mi dios es el Dios del perfume, el Dios de Caná.

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del evangelio

 

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