DIUMENGE XXIV durant l’any / A / 2023

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA TRAICIÓN (1)
Se desespera quien niega su fragilidad (Mt 26,21-25)                                                     

La misma mano que poco antes ha partido el pan de la eucaristía es la que -y una vez más con pan, si bien untado esta vez con salsa- delata al traidor poniéndoselo en la boca. ¿No podría Jesús haber escogido un gesto distinto para marcar las diferencias entre los procedimientos del espíritu del bien y del mal? No. Conviene que sea patente que el diablo y el ángel siguen estrategias muy parecidas, que entran por la misma puerta, que la oscuridad se disfraza de luz para ser seductora, que nadie, o casi nadie, va al mal si éste no le resulta de algún modo atractivo. El discernimiento es necesario, las cosas pueden ser muy distintas de lo que parecen. Podemos andar equivocados mientras creemos cumplir la voluntad de Dios.

¿Fue el propio Jesús quien impuso a Judas su trágico destino? ¿Somos nosotros mismos quienes nos preparamos nuestra propia ruina? Hay algo en nosotros -lo sepamos o no- que quiere ponernos a prueba. Que uno de nuestros discípulos nos traicionará significa que algo de lo que más amamos nos fallará. Que hemos alimentado al perro que nos morderá. Que el mal no nos viene de fuera, sino de dentro. Que somos nosotros mismos los que nos destruimos.

Sabemos que Juan, el discípulo amado, apoyó durante esa cena su cabeza sobre el pecho de Jesús. Ese sagrado corazón en el que se ha recostado es la verdadera fuente de su discipulado. Tú has creado a tu discípulo, es decir, en cierto sentido al menos, tu prolongación. Pues bien, tu prolongación acabará contigo, es ley de vida.

Dado que todos los discípulos son fieles hasta que dejan de serlo, es importante no apegarse ni a quienes más se ama, ni a los propios hijos. Ser maestro, sí, pero como si no lo fueras. Ser padre, de acuerdo, pero muchas cosas más además de padre. Entregar tu corazón -eso es amar-, pero a sabiendas de que te lo partirán. sólo así te mantendrás en pie cuando llegue la traición y el abandono.

No es difícil imaginar la enorme decepción que tuvo que sentir Jesús al ver que uno de los suyos le entregaba. Pero, al tiempo, no cabe descartar que se preguntase por lo que él mismo podía haber hecho mal. Porque una persona que no se hace responsable en alguna medida de lo que sucede a su alrededor, no es un verdadero maestro espiritual. ¿En qué te he fallado, Judas?, podría haberle preguntado Jesús. Y tal vez Judas le habría respondido entonces que no se había sentido querido por ser quien era, sino sólo por la misión que desempeñaba. ¿Me querías por mí o para tu misión?, le podría haber preguntado. Es difícil conjeturar lo que habría respondido Jesús. ¿Es posible querer a alguien olvidándose de todo lo demás? ¿Es posible o conveniente dejar completamente el mundo aparte cuando se ama a alguien?

Lo más probable es que las relaciones entre Judas y Jesús llevaran ya tiempo enrarecidas. Jesús tuvo que ser consciente de cómo rondaba y prosperaba un germen maléfico entre quienes eran más cercanos. Había menos espontaneidad cuando se reunían, menos ilusión y muchas menos risas. ¿En qué me estoy equivocando?, tuvo que preguntarse Jesús. Sigo convencido de mi vocación, sigo orando al Padre cada mañana y cada noche, cumplo con mi trabajo de predicar y de atender a los necesitados… ¿Po qué empieza ahora a desvanecerse todo? ¿En que no hay un sueño que dura más de tres años? Nadie le respondía a todas estas preguntas; quizá nunca las formuló en voz alta. Pero era evidente que todos se preguntaban lo mismo, así que todos atribuían al maestro la mayor parte de la responsabilidad, sino toda ella.

La persona del traidor es sólo la encarnación de una traición colectiva. Alguien debe llevar la voz cantante, pero es el grupo entero quien ha empezado a alejarse antes de que uno dé un portazo y se marche. Los compañeros de Judas quedan consternados ante su traición. No lo sintieron tanto por su maestro -que también-; ni siquiera por Judas, con quien la mayoría nunca había logrado intimar; lo sentían sobre todo por ellos mismos: porque ahora estaban menos seguros de haber hecho bien, yendo en pos de ese profeta. Porque empezaban a preguntarse si no serían ellos los siguientes en marcharse. Porque la duda había entrado en el seno de la comunidad.

Un grupo no resiste mucho tiempo con el veneno de la duda en sus entrañas. O se escupe ese veneno o se muere. Los discípulos de Jesús murieron, se dispersaron, dejaron a su maestro solo, con su verdad. La verdad siempre aparece cuando los otros desaparecen y nos quedamos solos.

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz