DIUMENGE XXII durant l’any / A / 2023

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

EL CUERPO (2)
Nada está terminado hasta que no se celebra (Lc 22, 14.19-20)                                                      

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: […] Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. (Lc 22, 14.19-20)

No debería sorprender que uno de los episodios finales de la historia de Jesús sea una cena. Si su vida pública comenzó con un banquete (el de las bodas de Caná) no parece extraño que termine con otro. Entre ambos encuentros, Jesús ha compartido incontables comidas festivas con los comensales más diversos: pobres y ricos, compatriotas y extranjeros…

Esta práctica, sentarse a la mesa junto con otros para compartir los alimentos, es seguramente la más expresiva del cristianismo. ¿Por qué comes y bebes con publicanos y pecadores? (Mc 2,16), le habían preguntado a Jesús. Creer en Jesús es sentarse a la mesa con otros. Comer y conversar. Compartir el alimento material, el pan, y el espiritual, la palabra. Por eso mismo, la eucaristía es el centro de la vida cristiana. Por eso, también, los evangelios comparan el Cielo con un banquete, donde cada invitado debe vestir el traje de boda (MT 22, 1-14). En los banquetes hay siempre comida en abundancia, regada a menudo con vino; también hay música y a veces danza. Se festeja, se sale del propio caparazón y se entra en el territorio de lo común. Reina la alegría, si es que no es una celebración impostada o artificial.

Celebrar no es un lujo, es una necesidad, es haber comprendido su sentido y alegrarse por ello. Vamos a las fiestas para participar de las alegrías ajenas, para hacerlas nuestras. Alegrarse del otro y con el otro es el nivel moral más alto, mucho más que compadecerlo. Es más difícil sentir alegría por el bien o el éxito ajeno que lástima por su desgracia o por su mal. Una celebración sin alegría es una perversión. Es como hacer el amor sin amor. Como rezar sin fe, sólo por cumplir. Como hablar o escribir sin tener nada que decir. Pero la alegría no se improvisa, no la produce la comida, la bebida, la música o la danza. La alegría de verdad nace cuando algo ajeno se ha hecho propio y cuando algo propio se ha dado a los demás. Lo que alegra el alma es que los humanos se unan, y eso se ritualiza mediante una reunión festiva.

En el banquete cristiano lo que convoca es el vino y el pan. El centro del rito cristiano por antonomasia es el alimento espiritual. ¿Quieres vivir en el espíritu?, se nos pregunta. Pues comulga con la materia, se nos responde. No huyas de ella. Hazte una con ella. Nada de alejarse de lo mundano o de lo corporal. Todo lo contrario. El cristianismo es una religión que pone en el centro el cuerpo y el alimento. El culto por excelencia es comer y beber. ¿Cómo comer y beber dando gloria a Dios? Bendecimos la mesa y damos gracias al final de las comidas. Pero en eso, no consiste todo.

Porque en la Última Cena, Jesús tomó un pedazo de pan y lo partió. En el mundo judío eran los padres quienes partían el pan en las comidas familiares, convirtiendo este gesto en un modo de representar a Dios. Los padres de familia repartían a los suyos lo necesario para poder vivir. Cuidar del otro no es para los cristianos algo secundario respecto al culto, sino lo que se celebra en el culto mismo. La eucaristía aúna la preocupación por Dios y por los hombres en un mismo gesto. Ésa es la especificidad de este rito. Quien diga que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (1Jn 4,20). Pero hay todavía más. Porque ante ese cáliz y ante ese pan, Jesús dijo: Esto soy yo. Yo soy el alimento, yo soy la bebida. Yo soy esto. Yo soy tu. Yo soy todo.

A muchas divinidades se les rinde culto ofreciéndoles alimentos y bebidas. En algunas se invita a la antropofagia, a asimilar la fuerza de la víctima. La diferencia con otras religiones está en que el alimento que se ofrece en la eucaristía, o al menos el que se debería ofrecer, es uno mismo. No se trata de ya de un sacrificio meramente ritual, sino existencial. La eucaristía tiene sentido si lo que se pone en el altar es la propia vida. Por un amigo uno da la vida. Merecen el calificativo de amigos sólo quienes dan y reciben vida de sus amigos. ¿aceptamos esta declaración de amistad?

Para vivir necesitamos pan, pero no un pan cualquiera. Hay panes que no sacian, pero hay uno que no defrauda: el de Quien nos da su propio cuerpo. Lo único que nos sacia es ser alimento para otros: no dar, sino darnos. ¿Cómo puede alguien dar a comer su propio cuerpo?, esa es una gran pregunta. Sólo si nos perdemos en la vida y no la guardamos para quién sabe qué momento, sólo entonces tendremos vida en abundancia y no moriremos para siempre

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz