Diumenge XXI durant l’any / A / 2017

La Paraula de Déu

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Lectura espiritual

¿Con qué se salará?

Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal se desvitúa, ¿con qué se salará? (Mt 5,13)

Vosotros, los discípulos, tenéis la misión de preservar lo que alimenta la vida sobre la tierra, las cosas que merecen la pena que duren. “Vale lo que dura y dura lo que vale”.

Entonces el evangelio que llevamos penetra en las cosas como la sal, como un instinto de vida, que se opone a su degradación y la hace durar. Pero el acento de las palabras de Jesús recae sobre el sabor.

“Pero si la sal se desvirtúa…”. Una frase dura, severa, que nos hace pensar. Todos nosotros podemos perder el evangelio y no servir para nada.

Y sucede cuando nos apegamos al aparato, a la apariencia, a lo superfluo, a lo que es secundario, residuo cultural, y olvidamos la sal y nos empeñamos en venerar la ceniza en lugar de conservar el fuego (Gustav Mahler).

Jesús duplica la metáfora de la sal con la de la luz, como se suele hacer a menudo juntando dos sentidos distintos: el gusto y la vista.

La sal no tiene sabor, nadie come sal; es importante porque al diluirse enriquece el sabor de la comida. La luz no se ilumina a sí misma, no luce para sí, sino para iluminar las cosas y los rostros. La lámpara no se pone en el candelero para ser admirada, sino para dar luz a los de casa. La humildad de la sal y de la luz que no atraen la atención sobre sí mismas, no se ponen en el centro, sino que dan valor a lo que encuentran.

Lo mismo ha de ser la humildad de la Iglesia o de los discípulos del Señor: no deben dirigir la atención sobre sí mismos, sino sobre el pan y sobre la casa común, sobre el inmenso campamento de los hombres y mujeres y su hambre de pan y de sentido.

Hay un movimiento descendente, como un perderse de la luz sobre las cosas y de la sal dentro de ella, de la levadura en la masa. Movimiento de encarnación que continúa.

También nosotros deberíamos tener miradas luminosas, que cuando se fijan en las personas hacen emerger todo lo más bello que hay en el hombre y en la mujer: la belleza de los corazones, de las relaciones, de la justicia, del amor: gaudium et spes. Como un prejuicio positivo sobre la vida de todas las criaturas o una confianza anticipada sobre todas las cosas. La luz, y nosotros guardianes de la belleza.

Observo la sal. Su finalidad es perderse para hacer mejores las cosas. Se da y desaparece. Iglesia que se disuelve y enciende, se da y disfruta con ello.

Si me encierro en mi yo, aun adornado de todas las virtudes, y no participo en la existencia de los demás; si no soy sensible y no me abro a los demás, puedo no tener pecados, pero vivo en una situación de pecado (Giovanni Vannucci).

La sal y la luz no tienen la finalidad de perpetuarse a sí mismas, sino de derramarse. No son su fin, sino un medio. Lo mismo ocurre con la Iglesia: no es un fin en sí misma, es un medio para hacer más buena y más bella la vida de las personas y dar sabor y belleza al mundo. Si nuestro anuncio de Cristo no anima la vida, no es Cristo a quien anunciamos.

Ermes Ronchi, Las preguntas escuetas del evangelio