DIUMENGE XIX durant l’any / A / 2023

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Una mirada artística al Evangelio del Domingo, un gentileza de Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA TOALLA
Un gesto que nos moviliza hacia el bien (Jn 13, 1-8; 12-15)

Creer en un Dios Todopoderoso agrava el problema del mal en el mundo, puesto que si Dios realmente tiene poder en el mundo -nos preguntamos-, ¿por qué no nos ayuda? ¿Por qué permite las catástrofes naturales, por ejemplo, o el sufrimiento de un niño, las guerras, las pandemias, la esclavitud, la explotación…? Este planteamiento religioso, por desgracia tan generalizado, va degradando el misterio de Dios, convirtiéndolo en algo inadmisible e irracional. Los cristianos confiesan que Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, pero la verdad es que somos más bien nosotros quien hemos hecho a Dios a la nuestra.

El evangelio hace añicos esta idea errónea de la omnipotencia divina. En la navidad, Dios se hace un niño y un pobre. En la semana santa, Dios se hace un ajusticiado y un moribundo. Ambas festividades -la segunda como culminación de la primera- dan a entender que Dios quiere vivir a fondo la experiencia humana. Que el sueño de Dios es ser un hombre. Y que todavía hoy, aquí i ahora, vive esta extraña pasión: lo que vivimos nosotros, es él quien lo vive. La pasión divina por la humanidad, su identificación con nuestro destino, continua viva y activa.

El gesto que mayormente rompe la creencia en un Dios que arregla los asuntos humanos desde arriba (si es que le da la gana arreglarlos) es el lavatorio de pies. Jesús se despoja de su manto, siendo el vestido en la Biblia- el símbolo de la identidad. No sólo: Jesús se ciñe la toalla, siendo la toalla el utensilio propio de la servidumbre. Los discípulos de Jesús se quedaron atónitos al ver aquello: todos sus valores se pusieron en cuestión y, por un momento el suelo se abrió bajo sus pies. El instante es muy intenso y emocional. ¿Cómo es posible que el Señor se arrodille ante nosotros? Se preguntaron entre sí, mirándose unos a otros boquiabiertos y escandalizados. Pero ¿qué estás haciendo ahí abajo?, le increparon. ¡Estás de broma! ¡Por favor! Y le invitaron a que se incorporara de inmediato.

¿Por qué reaccionamos así? Porque no soportamos se amados. Porque no soportamos que nos sirvan. Porque la idea -y más aún la experiencia- de que nos amen de que nos amen de un modo tan radical nos deja desarmados, al poner de manifiesto lo lejísimos que estamos de un amor similar. No, definitivamente no queremos que nos laven los pies porque no queremos lavar los pies a los demás. Hace falta mucha humildad para dejarse servir, no sólo para servir.

El maestro, sin embargo, no sólo insiste, sino que llega a decirle a Pedro que en adelante nada tendría que ver con él si no permite que ahora le lave los pies. Debe lavar la suciedad de sus discípulos para prepararlos para la comunión; es un gesto necesario para que la eucaristía que va a celebrar acto seguido no se quede en un simple acto bonito y de buena voluntad. Tiene que ser así, le explica a Pedro. Tienes que recibir la transmisión para luego ser un verdadero apóstol y poder transmitirla tú mismo a quienes vengan detrás. Debe aparecer un maestro externo para que se despabile tu maestro interior.

Pero ninguno de aquellos hombres, con Pedro a la cabeza, podían aceptar lo que estaban viendo. Estás equivocado -habrían querido decirle a su extravagante rabino-, te estás pasando de la raya, no es así como se hacen las cosas… Todos ellos, como todos nosotros, estamos demasiado marcados por la manera común de pensar: demasiado encerrados en su propia cultura y época como para concebir lo que se estaba poniendo a su alcance.

Jesús no era un antisistema, como prueba el hecho que dijera: Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César (Lc 20,25). Si al César hay que darle algo, es que el maestro aceptaba en cierta medida el sistema. Más que crear un movimiento contra la tribulación, estimuló a quienes le escuchaban a que se plantearan el sentido de su comportamiento.

Lo que Jesús no aceptaba, en cambio, eran muchas de las reglas de la sociedad, en particular si atentaban contra la dignidad de las personas. La llamada espiritual no es la revolución (dar un golpe y cambiarlo todo), sino la reforma: ser levadura en la masa: cambiar la mentalidad para que vaya cambiando el corazón. realizar gestos con potencia simbólica y transformadora. Al menos eso fue lo que hizo Jesús y, en buena lógica, lo que también sus seguidores están llamados a hacer.

Continuará…

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz