DIUMENGE I de QUARESMA / B / 2024

   

 

 


Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.


Lectura Espiritual

EL JARDINERO
El maestro no parece un maestro

A los discípulos -concluye diciendo este texto- se les abrió entonces la mente y, por fin, pudieron entender las escrituras (Jn 20,9). Con el conocimiento de nuestra identidad -otorgada por nuestro nombre-, podemos releer nuestro pasado y entenderlo bajo una luz más certera. La dicha que produce entender el propio pasado, comprender que está dotado de un sentido y de una dirección, es muy honda y misteriosa. Se comprende que nada ha sido arbitrario o fortuito. Que todo ha obedecido a un plan, no simplemente racional, sino divino. Ha sido un plan dúctil pero firme, flexible pero riguroso, pensado y amado por Alguien que gobierna la historia cual invisible soberano.

Cuando recibimos nuestro nombre, entendemos nuestro pasado. Y entender el pasado ayuda a confiar en el futuro. Nace entonces la confianza necesaria en que todo, absolutamente todo, se conjura para que cada uno sea quien está llamado a ser. El mundo entero es un entramado de asombrosas sincronías. ¿Cómo no sucumbir ante toda esa belleza de la que formamos parte en una medida tan generosa como precisa?

¡El jardinero, Dios mío! ¡Y todo empezó con un jardinero que pasaba por ahí! Todo empieza siempre con uno cualquiera con quien nos cruzamos: un compañero de trabajo, por ejemplo, o un viejo amigo del colegio, una chica con quien se entabla una conversación…

Por mi parte, de ahora en adelante quiero llamar a cada persona que encuentre por su nombre: reconocerla, recibir sus preguntas, acompañarle el tramo que le corresponda. ¿Cómo no dar el nombre a cada uno, habiendo yo recibido el mío? Tú eres Pablo; tú eres Marta; tú Juan, tú eres mi amigo Abraham… Todo empieza cuando recibimos la palabra que somos.

¿Dónde han puesto a mi amado?, eso es lo único que hay que preguntar. ¿Dónde está Aquel o Aquello que mi alma anhela aun sin yo saberlo?

Mujer, ¿por qué lloras? ¿Dónde está tu corazón? Ésta es siempre la pregunta oportuna, la única necesaria para que se abra el ojo de la fe.

La respuesta que aquí se da es también exacta: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Porque no sé dónde está mi norte y porque ignoro dónde buscarlo.

Apenas nos hacemos ya preguntas, preguntas de verdad. Pero la madurez de una persona se mide, precisamente, por su capacidad para formularse las preguntas justas -y para mantener la tensión de la ignorancia-. ¿Qué debo hacer? ¿Qué camino debo tomar? ¿Dónde está aquí la verdad? ¿Cuál es mi yo auténtico? ¿A dónde se han llevado a mi Señor? ¿Dónde lo estoy buscando?

No es cuestión de que la luz no esté -como tantas veces pensamos-, sino que no sabemos distinguirla. Los sentidos naturales tienen acceso a la verdad, pero están cerrados hasta que sucede lo único que puede alumbrarlos: la llamada del maestro, la voz de la conciencia.

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz