DIUMENGE I d’ADVENT / A / 2022

 

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

 

Lectura Espiritual

LA CULTURA (Mc 12,38-40; Mt 9,12-13;16-17)
Rendir culto al misterio de la luz y del amor     
           
                                          

Pensamos que el camino espiritual es transitado por “los buenos”. Nada de eso: no necesitan la salud los sanos -asegura Jesús-, sino precisamente los enfermos. Nadie emprendería un camino de búsqueda espiritual si no fuera consciente, al menos en parte, de que su alma está afligida por alguna enfermedad. Nuestro cuerpo y nuestra mente nos revelan que hay algo que no funciona: nos falta espíritu. Para ser discípulo basta tomar consciencia de esta carencia, escuchar la llamada a crecer y, en fin, ponerse a caminar. Ningún fallo es un verdadero obstáculo si existe el deseo honesto de superarlo.

El único grupo social con el que Jesús no fue benevolente ni compasivo fue con el de los escribas y fariseos, conformado por supuestos maestros espirituales que se creían en posesión de la verdad y que utilizaban las leyes como arma arrojadiza para su ambición de poder. Lo más cómodo es pensar que los fariseos son los otros, y no contra nosotros. Nos ponemos normas para vivir mejor, pero luego son esas mismas normas las que nos impiden cualquier clase de vida verdadera, juzgamos por la apariencia, nos ponemos en el centro de la vida social y nos reímos y aprovechamos de quien está en la periferia, hacemos de la vida un mero cumplimiento… Al final, no vivimos: nos limitamos a cumplir un horario, un programa, un reglamento…

También sería sencillo pensar que Jesús fue algo así como un rabino tolerante, que se esforzó cuanto pudo para que todos fueran más abiertos y progresistas, un tipo laxo que solo pretendía que la gente no se agobiase con la religión y la moral. Porque más que flexibilizar todas esas leyes, tan numerosas como opresivas, lo que más bien hizo fue radicalizarlas.

Frente a una política de mínimos (no matarás), Jesús presenta una de máximos (no te encolerices). Su propuesta no es, por tanto, la mera convivencia cívica, sino la fraternidad universal, imposible si no se va a la raíz. Este viaje a la raíz no puede realizarse -según Jesús- sin la sabiduría de quienes nos precedieron: habéis oído que se dijo. Se trata de una búsqueda interior, pero desde las enseñanzas que nos legaron nuestros antepasados. Pero es sólo el punto de partida. Partimos de la tradición, pero no para quedarnos en ella, sino para entender y vivir la situación de hoy. Jesús no quiso eliminar las leyes del camino, sino ir a su cepa: ama a tu Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-39).

La espiritualidad cristiana no se entiende sin Dios. Dios es el misterio de la luz y del amor. El verdadero problema es que Dios queda muy lejos de la sensibilidad contemporánea. Al hombre de hoy le parece inaudito que a Dios haya que darle algo. La sociedad del bienestar ha hecho un cielo de este mundo y, como resultado, ha provocado que nos olvidemos del otro. ¿Dónde beber ahora el vino nuevo del espíritu?

Los viejos judíos pensaban que a Dios había que darle algo, lo que suponía tres cosas, tres pilares básicos: el sábado, el templo y la familia, que son, precisamente, los que Jesús, con sus dichos y hechos, dinamita.

El culto que yo quiero es abrir las prisiones injustas, liberar al oprimido (Is 58, 7-10). Sustituir los sacrificios rituales por el amor al prójimo. El verdadero culto para él es el cultivo de sí mismo y de las relaciones, la cultura, la sociedad.

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré (Jn 2,19). Hoy sabemos que se refería a su cuerpo, porque el cuerpo es el verdadero templo del espíritu. Y porque los templos son -o deberían ser- invitaciones a que entremos en nuestro propio cuerpo y a que nos demos cuenta de su sacralidad.

Los viejos judíos sabían que, si no se les obligaba a descansar, la gente se pasaría toda la vida trabajando (que es lo mismo que sucede hoy), y que si no se estaba en casa se acabaría perdiendo la unidad familiar y ya no habría sentido de pertinencia; habría desarraigo, soledad… Y sin comunión humana no hay posibilidad de una fe en un Dios que no por casualidad se define como unidad. La consecuencia parece insólita, pero es lógica: no descansar conduce al ateísmo.

Para nosotros la cuestión es cómo organizar un tiempo y un espacio desde donde cultivar nuestra relación con el espíritu, para ser cultos, para dar culto. El vino nuevo se echa en odres nuevos. Sólo alimenta el alma lo que está vivo y es actual.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz