ASCENSIÓ del SENYOR / A / 2023

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura espiritual

LA REPRIMENDA (Mt 16,21-23)
Ninguna iluminación es un antídoto definitivo

El mismo hombre sobre quien Jesús prometió edificar su Iglesia y a quien entregó las llaves del Reino (Mt 16,13-20) es al que ahora aparta con desdén. El mismo Pedro que asiste, junto a un pequeño grupo de escogidos, al milagro de la transfiguración es a quien ahora Jesús no duda en llamar Satanás ¿Qué significa esto?

Una situación similar entre el maestro y su discípulo se producirá con ocasión del famoso lavatorio de pies. Allí, ante la loca idea de que Jesús realizase una tarea reservada a los esclavos, Pedro, preso por la indignación, exclama: No lo permita Dios, ¡Señor! Eso no puede pasar (Mt 16,22). No me lavarás los pies jamás (Jn 13,8). ¿Qué es lo que le sulfura tanto? ¿Por qué se resiste con tanta vehemencia? Un mesianismo por la vía del abajamiento y del servicio le resulta a Pedro inadmisible. Él no está dispuesto a aceptar que la salvación pueda llegar por lo pequeño. Todavía cree que los pensamientos de Dios son los del mundo. Todavía no ha entendido que hay que probar el sabor del fracaso mundano para vivir las bienaventuranzas.

La resistencia de Pedro es la misma que la de cualquier buscador espiritual de cualquier tiempo. Todos estamos apegados al mundo y a su lógica, no aceptamos la Pasión, nos escandaliza la propuesta de Jesús. Es la misma resistencia que tiene la sociedad contemporánea (y la de siempre) frente al cristianismo. Es el ego -personal y colectivo- que no se resigna a claudicar y que presenta, una y otra vez su batalla.

Ninguna iluminación es un antídoto frente al infierno, éste es el sentido más profundo del pasaje. Pedro ya había sido iluminado en el Tabor cuando negó por tres veces consecutivas a su maestro. Cabe que la oscuridad vuelva a sorprendernos cuando estemos en medio de la luz, pensando haber llegado quién sabe adónde y confiando en haber superado no sé cuantas etapas. De pronto -sin explicación posible-, volvemos a estar en el fango.

Mientras la pasión nos escandalice y asuste, estaremos todavía lejos de la verdadera luz. Mientras el dolor nos descoloque, seremos merecedores todavía de un correctivo semejante al que aquí recibe Pedro de labios de Jesús. La luz no excluye la sombra, la incluye, la alumbra. Hay que bajar y lavar muchos pies para intuir algo semejante, hay que sumarse día tras día a esa caravana que permanentemente sube hacia Jerusalén en la historia de la humanidad.

La actitud de Pedro (negar la realidad cuando no nos gusta) es la más frecuente de todas. Alguien nos informa que debe someterse a una intervención quirúrgica de cierta gravedad y le decimos: seguro que no es nada. Una pareja rompe su vida conyugal y familiar tras veinte años de vida en común y le aseguramos: seguro que es para bien. En cuanto la sombra hace su aparición, la negamos.

Según este texto, sin embargo, pareciera que esta negación de la oscuridad es, precisamente, la vía por la que entra en el hombre el diablo. ¿No será entonces que lo oscuro tiene también sus derechos?

También hay que considerar aquí el movimiento complementario, puesto que la luz es normalmente cuestionada en cuanto aparece. Alguien se asocia a un grupo religioso y nos falta tiempo para pensar: ¡Otro que ha sido víctima de una secta! Una mujer se enamora de un hombre acaudalado y no hay quien no sospeche: ¿No irá tras sus dineros? Nuestra permanente y automática puesta en tela de juicio tanto de la luz como de la sombra revela nuestra fatal tendencia a vivir en la indefinición y en la ambigüedad. Pero un mundo en que las cosas no son blancas o negras, sino grises, es un mundo que pierde definición y, con ello, enturbia nuestro entendimiento y confunde nuestro corazón. Muchas perspectivas son posibles y legítimas, pero no todas. Si todo cabe, hemos sucumbido al agnosticismo y al relativismo moral.

En nuestro clima cultural, normalmente relativista, la reprimenda de Jesús a Pedro, tan bienintencionado, resulta casi anacrónica. En nuestra habitual atmósfera de generalizada tolerancia, nadie se atreve hoy a reprender a nadie. La llamada corrección fraterna, practicada por las comunidades cristianas de antes, parece hoy bastante pasada de moda, esta desaparición, sin embargo, no obedece en la mayor parte de los casos a un creciente respeto a la diversidad ajena, sino más bien a una generalizada indiferencia.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz