DOMINGO VI tiempo ordinario / B / 2024

   

 

 

 

 


Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.


Lectura Espiritual

EL JARDINERO
El maestro no parece un maestro

Así que hay alguien junto a mí, a quien yo tomo por jardinero, que es mi maestro. Alguien que está esperando mi pregunta: ¿Dónde lo han puesto? ¿Dónde está lo que busco? ¿Sabe usted algo? ¿Puede darme alguna indicación?

Quienes nos van ayudando en la vida siempre están ahí. A veces nos morimos sin darnos cuenta, otras tardamos décadas en dirigirnos a él -o a ella- para formularle la pregunta.

El asunto es que el maestro no parece un maestro. No va en absoluto de maestro, sino de jardinero, es decir, de alguien sencillo que se dedica a cuidar plantas y árboles para que crezcan y puedan dar frutos y flores.

El asunto es también que ese maestro anónimo dice únicamente una palabra: Simón, Araceli, Elena, Alberto… ¿Hay en nuestra historia alguien que de verdad haya dicho nuestro nombre? ¿Alguien de quien podamos decir que nos ha conocido de verdad, en nuestra identidad más genuina y personal?

¡María!, exclama Jesús. ¡Raboní!, le responde la mujer. Cuando damos nuestra identidad, descubrimos al mismo tiempo a quien nos la otorga. El descubrimiento de Dios es correlativo al de nosotros mismos.

Hablar de Dios suena hoy como algo inoportuno y trasnochado. Pero nuestro olvido de Dios es, en último término, un olvido de nosotros mismos. Para conocernos, hemos de mirar lo invisible.

Buscamos a alguien, a veces desesperadamente, que nos conozca y a quien conocer: una voz que diga Luis, Olga, José Carlos, Patricia… Que alguien diga nuestro nombre es el mejor regalo que pueden hacernos. Es la manera para empezar a ser, para crecer en el ser. Para aprender que somos un milagro. Sólo a quien nos conoce y nombra podemos llamar maestro con fundamento.

Claro que el maestro dice nuestro nombre y luego se marcha. No permite que nos colguemos de él, no nos da explicaciones. Ya puestos, dime más cosas, quisiéramos nosotros. Pero no. En nuestro nombre estás todo lo que nos hace falta. Sólo es preciso saber que somos conocidos para emprender el camino del conocimiento. Pero esa aventura, que no es otra que la de la vida, hemos de hacerla con el maestro lejos: los padres se quedan en casa y los hijos se marchan en busca de su propio destino. Nos conviene que el maestro se vaya y que el padre dé paso al hijo, para que también éste pueda llegar a ser padre alguna vez.

Es justo tras ese reconocimiento del maestro por parte de María Magdalena cuando el Resucitado dice: Noli me tangere, no me toques. Suéltame, que todavía no he subido al Padre, es decir, no te agarres a tu experiencia de Dios. Suéltala si quieres crecer de verdad. No te identifiques con ninguna imagen ni con ninguna idea por hermosa que te pueda parecer. Despréndete de todo para llegar al verdadero Todo. No te hagas tres tiendas ante tu particular Tabor. No te instales al calor de tu gloria recién descubierta.

Este no agarrarse a la aparición, este soltar la propia iluminación, es una constante en todos los relatos pascuales. A los caminantes de Emaús, por ejemplo, se les abren los ojos en la fracción del pan y, acto seguido, es cuando desaparece ese misterioso forastero con Quien poco antes habían estado conversando. Tras bendecir a los suyos en el camino de Betania -otro ejemplo-, Cristo se aleja de ellos ascendiendo al Cielo. Pero unos y otros, los de Emaús y los otros discípulos, van luego corriendo a proclamar a los cuatro vientos cuanto han visto i oído. La condición de su gozo no se cifra sólo en haber sido testigos de una aparición. El gozo también se cifra en haber sido testigos de una desaparición, de un soltar la experiencia tangible.

La desaparición el no agarrarse- es la condición de la libertad. No agarrarse a lo que sucede es lo que permite que lo que sucede sea auténticamente humano: una invitación, no una imposición. Ausencia y presencia son las dos caras de la misma moneda. Se hace realidad lo que Jesús había advertido: Os conviene que yo me vaya (Jn 16,7). Se alegrará vuestro corazón, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar (Jn 16,22). Nada que todavía no haya subido al Padre debe retenerse. Todo está en proceso de subida. El riesgo de encontrarse con la luz (Raboní) es creer que la subida ya ha terminado para ti. ¡Sigue subiendo, sigue subiendo…!

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz