XIV Domingo del tiempo ordinario / B / 2021

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Lectura espiritual

15. EL DIABLO
Encontrarse con lo oscuro es un regalo

Jesús, lleno de Espíritu Santo, se alejó del Jordán y SE DEJÓ LLEVAR POR EL ESPÍRITU AL DESIERTO durante cuarenta días, mientras el diablo lo ponía a prueba. (Lc 4,1-2)

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Jesús no va al desierto por su propia voluntad, sino conducido por el Espíritu, es decir, impulsado por una fuerza mayor. Al desierto se va porque no se tiene más remedio, porque comprendemos que hemos de parar y ponernos a escuchar. Que hemos de volver a empezar de verdad.

El desierto, como imagen, es la otra cara del jardín. Es donde el mal acostumbra a presentarse. En el mundo no es que no esté, sino que el ruido hace difícil distinguirlo. En el mundo todos solemos ser víctimas inconscientes de espíritus malignos, que juegan con nosotros, poniéndonos fácilmente a su merced. En el desierto, en cambio, al no reinar ahí las prisas ni la confusión, es donde podemos desenmascararlos y hasta vencerlos, alejándolos de nosotros una temporada, casi nunca para siempre.

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Encontrarse con lo oscuro, identificarlo, es un regalo del espíritu. Nadie lo imaginaría de entrada, pero darse cuenta de las tinieblas que reinan en el mundo y en nuestro corazón es el mejor indicio de que el camino espiritual ha comenzado. Nuestra biografía de la luz empieza con la conciencia de la sombra.

Quien tiene una misión tiene también ante sí posibles y peligrosas desviaciones. No hay nada sin obstáculos. Siguiendo el ejemplo de su primo Juan, para discernir bien cuál es exactamente su misión y como desarrollarla, Jesús se aleja de todo y de todos durante algunas semanas. Para no ser distraído por nadie ni por nada, decide ir solo y ayunar. Soledad y sobriedad le ayudarán en su discernimiento vital.

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En cualquier caso, todos necesitamos de bastante tiempo para limpiar, purificar o discernir, sobretodo si se trata de una vocación. Para ilustrar la necesaria extensión de este tiempo de examen o prueba, la biblia utiliza el número cuarenta. Sólo un tiempo prolongado acrisola una vocación, que para su clarificación y fortalecimiento debe ser necesariamente puesta a prueba.

El cuerpo se pone al límite para que el espíritu se manifieste. Porque el vacío de alimento (material) predispone y refuerza el vacío de ideas (mental) y de apegos (afectivo o sentimental). Todo trabajo espiritual es sobre el cuerpo y sobre la mente, no puede ser de otra forma. Los buscadores espirituales de todos los tiempos han entendido que entrenarse es la única forma para afrontar con posibilidad de éxito el combate contra lo oscuro.

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Al diablo se le representa como a un ser con cuernos y cola porque nos gustaría creer que es alguien muy diferente a nosotros y alguien que está fuera. El diablo está dentro y, además, se parece tanto a nosotros que a cualquiera podría confundir y hacer creer que somos nosotros. Entre nuestro diablo y nuestro ángel la diferencia es mínima, aunque de consecuencias gigantes.

Al diablo nunca hay que convocarlo, pero sí estar preparados para su visita, pues antes o después vendrá. El combate debe librarse y tú no serás exonerado. Siempre hay resistencias que vencer, nudos que desatar y tinieblas que atravesar.

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El diablo ataca siempre por nuestro flanco más débil. Es tan malintencionado y astuto que presenta como atractivo y amable lo que al final se revela como decepcionante. Da al mal apariencia de bien. Llama vida a lo que son sucedáneos. El diablo ronda siempre. Su misión es tentar. Una distracción no es sino una tentación mental.

Al diablo, como al ángel, se le reconoce por los frutos que proporciona. Si el bien genera paz; el mal, en cambio, inquietud e insatisfacción. El ángel engendra amor; el maligno, aislamiento e indiferencia. Uno alegría y levedad; el otro tristeza y pesadumbre. Parece sensato, por tanto, escuchar las lecciones de los maestros, si es que pretendemos adentrarnos en un desierto y salir vivos de él.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)