VII Domingo tiempo ordinario / C / 2022

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Lectura Espiritual

Saborear la vida

El legado del despertar

VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA. Pero si la sal pierde el gusto, ¿con qué la sazonarán? Solo vale para tirarla y que la pise la gente (Mt 5,13)

Si no lo hemos degustado, podemos pasarnos la vida entera creyendo que un alimento tiene un sabor que no tiene. También podemos pasarnos la vida entera (no es infrecuente) sin haber vivido en absoluto. A decir verdad, mucho de lo que nos pasa no puede, en rigor, calificarse de verdadera vida: le falta espíritu, el sabor se ha adulterado… ¿Cómo desenmascarar este fraude? ¿Cómo sazonar de nuevo los alimentos? Sólo hay un camino: la humildad.

Humildad significa tres cosas: Mirada crítica sobre uno mismo. Reconocimiento explícito de la propia necesidad. Petición de ayuda de quien pueda ofrecerla.

La sal es tan humilde que es invisible en los alimentos, lo que en modo alguno significa que no condicione totalmente su sabor. Todavía más: la sal es lo que determina si un plato es o no sustancioso. También el espíritu es invisible en las personas, pero de que haya espíritu, alma o energía vital, dependerá que esas personas gocen de vitalidad. Sin espíritu, nada merece la pena. Una persona espiritual saca gusto a la vida, disfrutando de todo

La sal penetra hasta tal punto en los alimentos con que se cocina que resulta inseparable de ellos. Y si soy sal -según Jesús-, ¿dónde me voy cuando espolvorean sobre los alimentos? Y cuando esos alimentos son ingeridos, ¿dónde quedo yo? ¿Es el destino de la sal quedar solo en la energía de quien se ha alimentado de mí? ¿Soy yo entonces la energía de mi prójimo? Y si soy yo su energía y el la mía, ¿quién soy yo y quién es él? Humildad significa aquí desaparición de uno mismo para fusionarse con el otro y poder alimentarle.

La tarea del discípulo que trabaja la humidad no se limita al cultivo del silenciamiento y de la atención; incluye también el compartir y el difundir, el sazonar. Al igual que la sal preserva los alimentos de la corrupción y les potencia el sabor, los discípulos  están llamados a mantener y a extraer la sabiduría de las personas. Vosotros sois la sal de la tierra es la convicción que necesita todo discípulo para emprender una misión espiritual.

Porque lo habitual es pensar que el mundo se sostiene y avanza gracias al progreso científico-técnico y a los planes de las naciones. Pocos son los que creen que la humanidad va adelante gracias al puñado de personas que, con su cultivo del espíritu, mantienen viva la sabiduría. La sal muere en cuanto sal en su tarea de sazonar: el sabio se desgasta y hasta perece en su práctica de la compasión. La sabiduría consiste en olvidarse de sí mismo para que otros tengan vida y vida en abundancia. Humildad en su máxima extensión.

Impresiona que la alternativa a ser sal de la tierra, es decir, a iluminarse y a irradiar sabiduría, sea ser arrojado y pisoteado. Si no alcanzamos aquello para lo que hemos sido llamados nuestra vida resulta despreciable. Impresiona este lenguaje tan extremista y radical, que hasta hiere nuestra sensibilidad. Hay aquí una propuesta que no admite componendas: ¿Quieres ser sal, esto es, disolverte para ser alimento gustoso para los demás?

Todo buscador espiritual está llamado a, de algún modo, ser mendigo, soldado y moje. Un mendigo porque la sabiduría no se conquista, sino que se recibe (pero para recibirla hay que desprenderse de todo lo demás). Un soldado porque el combate por la sabiduría es largo y hay que perseverar en medio de la adversidad. Un monje, en fin, porque el buscador debe estar dispuesto a olvidarse de sí para disolverse en la comunidad ( que es lo que hacen los monjes cuando se consagran y se visten de hábito). No se trata de que el precio de la sabiduría sea la humildad -eso es evidente-, sino que la humildad -andar en verdad- es el trofeo.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz