Transfiguración del Señor

 

La Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


Lectura espiritual

“¿Por qué sois tan miedosos? ¿Por qué no tenéis fe?” (Mc 4,35-41)

En el breve trayecto Jesús se duerme. […] Despego y fatiga de lazos y afectos, cansancio en el corazón. Y Jesús exhausto se duerme. Y a los hombres les parece estar abandonados apenas se levantan el viento y las olas de las traiciones. Es como si todo el mundo estuviera en la tempestad, una situación en la que el derecho es del más fuerte, más armado o más cruel. ¡Y Dios parece dormir!

Sin embargo nosotros quisiéramos que interviniera inmediatamente, a las primeras señales de fatiga o a la primera tarascada del miedo, apenas nos atenaza el dolor.

Pero él interviene, está allí, surgiendo de la fuerza de los remeros que no se rinden, en la presión vigorosa del timonel, en el coraje compartido, en los ojos de todos fijos en el este, escrutando cuánto falta de la noche.

Y la barca, símbolo de mí mismo y de mi vida frágil, de la gran comunidad y de sus problemas, mientras tanto resiste y avanza.

Y no porque se haya detenido el viento o se hayan acabado los problemas, sino por el milagro humilde de los remeros que no abandonan los remos, sosteniendo cada uno la esperanza del otro.

Dios no actúa en nuestro lugar ni nos salva de las tempestades, pero nos sostiene dentro de las tempestades. “No salva del sufrimiento, sino en el sufrimiento; no protege del dolor, sino en el dolor”. La expresión es de Dietrich Bonhoeffer: “Dios no salva de la cruz, sino en la cruz”.

Un simple cambio de preposición, y todo adquiere otra luz; Dios no da solución a nuestros problemas; se da a sí mismo, y dándose a sí mismo, se nos da todo (Catalina de Siena).

Pensábamos que el evangelio resolvería los problemas del mundo, o al menos que con Jesús disminuirían las violencias y las crisis de la historia, pero no es así. Al contrario, el evangelio ha traído consigo rechazo, persecuciones y otras cruces […] Hemos rezado mucho y no ha llegado la paz: milagro frágil y mil veces infringido, sueño sin embargo al que nunca renunciaremos.

No tienen culpa los discípulos por la repentina borrasca ni por su miedo. No hay que culpabilizarse por nuestros miedos; si el tener miedo fuera una culpa, sería una culpa también rezar.

Yo no sé por qué se levantan tempestades en la vida […] Yo, como vosotros, quisiera que no surgieran nunca, que el viaje hacia las orillas de la vida fuera rápido y fácil, que el camino de la Iglesia fuera trazado con claridad, pero nos encontramos en una cáscara de nuez.

Y Dios parece dormir, indiferente y mudo. Miro a pos apóstoles, gente de lago, que mientras tanto hacen lo que deben en la tempestad, y oigo: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de mí”.

Todo, como afirma san Pablo: “Sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman” (Rom 8,28). Todo contribuye al bien, también el lago. Todo, incluidas las tempestades, las dudas y hasta el mismo pecado contribuye al bien. Felix culpa: una de las paradojas más bellas de la fe cristiana.

Esta es la esperanza última, final, total: “Todo irá bien” (Juliana de Norwich). Dios saca el bien incluso del mal, incluso del pecado, de la muerte, de la cruz y de la tumba.

Ermes Ronchi, Las preguntas escuetas del evangelio