Santiago Apóstol / B / 2021

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura espiritual

18. LA REPUTACIÓN
Reconocer que todo es un milagro

Entonces el diablo lo condujo a Jerusalén y lo colocó en el alero del templo y le dijo: Si eres el hijo de Dios, tírate abajo desde aquí, pues está escrito que ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en sus palmas y para que tu pie no tropiece en la piedra. Le replicó Jesús: Dicho está: NO PONGAS A PRUEBA AL SEÑOR, TU DIOS. Concluida la prueba, el diablo se alejó de él hasta otra ocasión. (Lc 4,9-13)

Resulta extraño, pero en general soportamos mejor la pobreza (primera tentación) y el fracaso (segunda tentación) que la compasión. La secreta alegría que muchas personas experimentan ante el infortunio de los demás es la mejor prueba de la victoria del mal en el corazón del hombre.

 Si te arrojas al vacío desde estas alturas, el mundo entero te verá volar y caerá rendido de admiración. Quizá no tengamos esta tentación pero sí la de ser aprobados y agradecidos: ser queridos, aceptados, valorados, admirados… que se nos tenga en consideración. Que se cuente con nosotros. Que al menos no nos olviden. Nuestras existencias se reducen a menudo a una búsqueda de reconocimiento.

Nada de lo que me propones serviría para nada. No quiero nada, le dice al fin Jesús, casi compadecido de su enemigo. Al rechazar esta tercera propuesta diabólica, Jesús decide no imponerse, tener paciencia, hacer su camino con discreción, ser una persona de verdad, no un diosecillo revestido con ropajes humanos. Decide ser un verdadero hombre, un auténtico hijo de Dios.

Jesús muestra aquí cómo puede el poder destruir la fe, cómo la alianza entre religión y política es siempre una tentación diabólica. La seguridad y el bienestar tientan, pero esa imperiosa necesidad que todos tenemos de ser reconocidos y queridos nos tienta, si cabe, todavía más.

A lo largo de toda su vida a Jesús se le pedirán pruebas. Se piden milagros porque no se ve el gran milagro que es la vida, porque no se acepta ni desea el misterio de la libertad. No pongas a prueba al Señor tu Dios significa que Dios no está al servicio del hombre, sino más bien éste al suyo. Querer probar a Dios significa juzgarle y, en último término, desconfiar de la vida.

Las tres tentaciones que se relatan en los evangelios son una expresiva muestra de las principales dificultades del camino espiritual. El placer (comer…), el tener (poseer…), el poder (te servirán, te alabarán…). Todos tendemos a apegarnos demasiado a los bienes de este mundo, es decir, a olvidar nuestra condición de peregrinos.

La respuesta de Jesús a estas tres tentaciones primordiales es siempre servir y adorar: abandonar el egoísmo y poner la mirada en el otro (servir) y en Dios (adorar).  Servir y adorar pueden conjugarse en un solo verbo: amar. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, a esto -a fin de cuentas- se reduce todo. Tanto servimos y adoramos, tanto más nos humanizamos. Somos felices si cuidamos nuestro interior y si ayudamos a los demás. Sabiduría y compasión; gracia y misericordia. Recibir + dar = ser.

A Jesús no le importa ni la reputación ante las personas ni el apego a las cosas. La tentación se supera aceptando que nuestro camino, sea el que sea, siempre será frágil, sin piedras convertidas en un abracadabra en panes, sin fulgurantes demostraciones de poder, sin masas que aplaudan frenéticas. La lección del desierto es la fragilidad humana. Esa fragilidad, vivida con amor, llena el corazón del hombre de la verdadera alegría.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)