SAGRADA FAMILIA / B / 2023

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.


Lectura Espiritual

El primer día
Nuestra alma está alegre cuando está creativa (3)

El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y OBSERVA QUE LA PIEDRA ESTÁ RETIRADA (Jn 20,1).

Trabajar no es aprovechar el tiempo y descansar no es perderlo. Trabajar y descansar se mueven en la misma relación que dar y recibir, que espirar e inspirar.

Pero entre la inspiración y la espiración, al igual que entre ésta y aquélla, hay un intervalo de silencio que no lo hacemos nosotros, sino más bien se hace en nosotros. Ese intervalo es precisamente el de la creación. Ése es el espacio del espíritu, imperceptible la mayor parte de las veces. Es justo el instante del vacío completo (de los pulmones). Pero también es justo el instante de su plenitud (están henchidos, en su máxima capacidad receptiva). Así que la creación es la experiencia del vacío y de la plenitud, tan aparentemente opuestos entre sí y, sin embargo, tan íntimamente hermanados.

Por su naturaleza, ese intervalo, esa fisura, no puede durar. es efímero por definición. es fugaz, pero fiel, pues vuelve una y otra vez. es reincidente, constante, inaprensible… es lo más parecido a Dios de cuanto sucede en el organismo humano. Porque todo lo que nos sucede sin excepción, hasta lo más prosaico, es una metáfora de Dios. La respiración y el corazón son las metáforas divinas por excelencia.  Por ello, ser consciente del propio ritmo cardiorrespiratorio es aproximarse -nos demos o no cuenta- al territorio de lo sagrado.

Claro que para crear no basta el tiempo, también es preciso el espacio. Todos los creadores saben bien que hay lugares que posibilitan t hasta estimulan su creación, mientras que otros la dificultan o, incluso, hacen inviable.

En el principio era el caos, se nos dice en el libro del Génesis, antes de relatar la Creación divina. O, en otras traducciones: Dios hizo el mundo de la nada. Sea el caos o la nada, el caso es que ésos son los puntos de partida de la obra creadora divina. Por fin estamos en condiciones de entender la cita evangélica que precede a todas estas consideraciones.

El escenario al que acudimos cuando nuestras esperanzas han quedado definitivamente truncadas es un sepulcro. Porque sólo puede renacerse cuando hemos muerto. Primero hay que morir, primero hay que vaciarse. Esto, como es lógico, nos puede desconcertar. Porque nosotros habríamos asegurado que para generar vida habría que ir allí donde está la vida. Pues no. Toda creación debe pasar, en cierto sentido, por su imposibilidad. Sin cruz no hay luz, suele repetirse en el cristianismo. Sin el parto, no hay alumbramiento, nos dice la biología. El grano de trigo debe morir para dar fruto. La noche debe llegar a su máximo punto de oscuridad para que empiecen a aparecer, siempre tímidos al principio, los primeros rayos del alba.

La fe cristiana nace en un sepulcro vacío. Nadie habría dicho que de una visión semejante podría haber nacido después una esperanza tan colosal. Esa esperanza no nace porque sí, sino porque alguien ha acudido a ese sepulcro vacío y porque ha permanecido allí. Porque ha atravesado esa sombra y porque, sin desesperar, la ha vivido con amor.

El fruto de un dolor vivido con amor es la creación. La noche es fecunda, cabría decir. Aunque de inmediato habría que añadir que sólo en determinadas condiciones: en las condiciones de la fe, de la esperanza y del amor.

Apuntadas ya la importancia del tiempo y del espacio, una última palabra sobre quien protagoniza este relato de nueva creación. Se trata de una mujer: María Magdalena. No hay que extrañarse: la mujer está siempre presente -o al menos la parte femenina de la persona- cuando se trata de generar vida. Crea, es decir, gesta y alumbra, la mujer que llevamos dentro. Jesús entra en este mundo por María, su madre, y sale de él por María Magdalena, su hija.

Investigadores, filósofos, artistas, reformadores…, todos ellos deben llevar en su seno, y normalmente por mucho tiempo, sus investigaciones, pensamientos, composiciones, reformas… antes de que vean la luz. Hay una larga historia de oscuridad antes de que pueda nacer, en este primer día, la luz.

Biografía de la luz, Pablo d’Ors