PENTECOSTÉS / C / 2022

Leer la Palabra de Dios

Veure el BUTLLETÍ FULL PARROQUIAL

Leer la Hoja Dominical

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

ANUCIAR SIN MEDIOS

En el nombre de la fuente, del camino y de la energía.

Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiriéndoles poder sobre los espíritus inmundos. LES ORDENÓ QUE NO LLEVARAN MÁS QUE UN BASTÓN; ni pan ni alforja ni dinero en la faja. Calzaos sandalias pero no llevéis dos túnicas. […] Id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado. (Mc 6,7-9; Mt 28,19-20)

Lo primero es siempre una llamada a emprender un peregrinaje a nuestro centro, que es el centro de todo y de todos. Una llamada a volver a casa. Una llamada a tener una relación personal con nuestro yo más íntimo, normalmente tan desconocido.

Id y anunciad. Nada hay en este mundo tan importante como esta misión espiritual: anunciar la luz en medio de las tinieblas. Se trata de una misión en apariencia imposible y, ciertamente, ambiciosa e indiscriminada: a todos los pueblos, no hay excepción. Esta universalidad de la misión nada tiene que ver con el proselitismo, ese afán de que todos sean de los nuestros. Los nuestros son los cansados y agobiados, los oprimidos, aquellos de quien nadie se acuerda… Posiblemente, nada ha hecho tanto daño a la evangelización a lo largo de la historia como esta visión chata e interesada. Porque evangelizar no es conducir a otros a nuestra grey, sino a la de Dios.

Porque Jesús fundó una comunidad y una institución que hoy llamamos Iglesia, si, pero no tanto una sociedad cerrada cuanto una forma de caminar todos juntos, un movimiento dinámica. Las iglesias deberían estar en permanente éxodo, su declive comienza cuando se instalan y fortifican. Porque sólo cuando estamos fuera de casa sentimos que todos somos de todos.

El discípulo está llamado a ser maestro, es decir, a hacer discípulos. Con este fin, Jesús otorga a sus discípulos tres poderes: curar, anunciar y bautizar.

Curar corresponde a la purificación. Es un combate duro y largo. Pero, en la medida que avanzamos esa oscuridad interior se va alumbrando, y el corazón, misteriosamente, va quedando purificado. Vamos llegando a lo que somos.

Segundo, anunciar, mostrar la luz de la palabra; a los otros y a nosotros mismos. Se nos invita a anunciarnos la buena noticia a nosotros mismos hasta que nos convirtamos en la buena noticia misma. No tiene sentido anunciar a nadie nada que no seamos. Este anuncio no tiene por qué ser elocuente, pero sí vívido. Nunca deslumbrar, sino alumbrar. La palabra anunciada entra en el alma de quienes están preparados para escucharla. Si el Espíritu toca a alguien, los signos son claros: deja uno de vivir para sí y se llena de aceptación y alegría.

Tercero, bautizar. No basta hablar, también hay que actuar. La palabra verdadera no es una mera enseñanza, es un acontecimiento; se traduce en gesto. Un rito es un gesto repetido ordenado y conscientemente (no una rutina). El rito de iniciación cristiana (el bautismo) abre a quienes lo reciben la fuente de la que provienen (en el nombre del Padre), les señala el camino a de seguir para ir a ella (y del Hijo) y la energía necesaria para esta empresa (y del Espíritu Santo).

Al decir “creo en ti” decimos no sólo que creemos en lo que dice sino que confiamos en él. Y quien confía, puede ser bautizado: puede empezar la aventura comunitaria y solidaria. Al hombre de hoy le cuesta mucho entender el bautismo. Piensa que es pura formalidad o formalismo. Bautizar es sellar a las personas con la marca de Cristo. Somos ya de su propiedad. Le pertenecemos. Nuestra vida no es simplemente nuestra, es vida para el mundo. Invocando el nombre de Jesús descubrimos nuestra identidad más radical: somos en él. Ese nombre trae la presencia. Esa presencia trae la salvación. Esa salvación trae la unidad.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz