JESUCRISTO, Rey del universo / A / 2023

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

Lectura Espiritual

LA MUERTE (2)
El grito y el silencio son los dos polos de la vida espiritual.

Según el evangelio, el dolor de Jesús no es simplemente personal, sino universal: es una esperanza para toda la humanidad. El nacimiento de la luz supone el fin agónico de las tinieblas. Por eso, cuando Jesús muere, se produce un gran terremoto: el asunto no le afecta sólo a él, sino a toda la tierra. Todo se mueve cuando estamos a punto de nacer de nuevo. Nada se queda en su sitio y hay cosas que se destruyen y que se pierden. Toda nuestra personalidad (lo que somos) se agrieta; y hasta el velo del templo (la tradición), el velo del cielo (nuestro mundo interior) se parte en dos: hay un antes y un después de este nuevo nacimiento: una tradición y una interioridad renovadas.

Un terremoto no es una experiencia agradable: sin suelo bajo nuestros pies, nos precipitamos y caemos al abismo de lo desconocido. No es sólo que vayamos a otro sitio, sino que no sabemos adónde vamos. La desorientación es completa. Cuando se caen nuestras seguridades materiales, emocionales o religiosas nos sentimos huérfanos e indefensos. ¿Cómo viviré? ¿Quién me apoyará? ¿Adónde me dirigiré? ¿Qué haré conmigo mismo? Ahora bien, que el velo del templo se haya rasgado quiere decir también que ahora ha quedado abierto un camino a Dios que hasta ese momento nos era inaccesible. La puerta de entrada a Dios se ha abierto, ¡nada impide ya ir hasta Él!

 Siendo la muerte en cruz un evento cósmico (el sol se oscurece, la tierra tiembla…), el evangelio también lo describe como un acontecimiento de fe: sobrecogido por lo que estás sucediendo, un centurión, que es testigo, confiesa: Realmente éste era el Hijo de Dios (Mc 15,39). Quien esto dice era un romano, un pagano, lo que da a entender que la evangelización comienza en el mismo momento de la crucifixión. No cabe anunciar la buena noticia si no es bajo el signo de la cruz. Cada generación de cristianos debe aprender, en su particular contexto, que la muerte es fecunda si se vive con amor.

Los más fuertes han muerto dos o tres veces en la vida. Sólo esas muertes en vida nos preparan para esa otra muerte que es el ingreso a la otra Vida. Pero ni siquiera eso es una garantía. Por ello, frente al abismo de la muerte la única respuesta verdaderamente humana es el grito.

El grito es la primera respuesta cristiana frente al dolor, no es la única ni la última. Quien no grite no es un verdadero ser humano. Los verdaderos gritos terminan en silencio y los verdaderos silencios terminan en gritos. Sólo luego viene la confianza, que es el abandono en medio del terremoto: la rendición o entrega de las resistencias. Hemos hecho lo que hemos podido, ya no hay nada más que hacer, sólo entregarse. Es la hora de la verdad, aquella en que por fin se lo dejas todo a Dios. La medida de tu fe es la de tu abandono.

Jesús lanza un grito en la cruz: nuestra consciencia, grita cuando es llevada a su extremo. El asunto que debe hacernos pensar es si estamos allí para escucharla. Tras ese grito, Jesús expira: entrega su vida entera en esa respiración. La consciencia grita y expira cuando se rompe la vieja personalidad para abrirse una nueva. Grita y expira de gusto y de dolor -ambas cosas-, puesto que el ser que nace es el mismo, aunque no lo mismo, que el que muere. El grito y el silencio son los dos polos de la vida espiritual.

Junto a la cruz están los dos bandidos: el bueno y el malo, la posibilidad del cielo y la del infierno. A ese cielo o a ese infierno no se llega sin pasar por la cruz, es ahí donde se decide el destino final. La cruz del bandido malo es igual que la del bueno, pero su modo de vivir su tormento es opuesto. Esto significa que no es la cruz la que determina nuestro destino, sino el modo en que se viva. Entre ambos malhechores está Jesús, es decir, ambos tienen, a la misma distancia la posibilidad de sanarse. Como los dos bandidos, nosotros vivimos en la dualidad (de carne y espíritu, ayuno y fiesta…), pero también en la posibilidad de superarla. Pero la respuesta que damos ante el abismo no siempre es la misma: algunos se precipitan y caen, otros saltan y vuelan.

Uno de los bandidos implora: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino (Lc 23,42). Se ha dado cuenta que el crucificado que agoniza junto a él no es un hombre como los demás. Este buen ladrón a pasado a ser para los cristianos, el arquetipo de la esperanza. Nada está determinado hasta el último segundo, la oportunidad para el cambio estás permanentemente abierta. Cristo en el centro, es la imagen de la superación de la dualidad, de la integración de todo en su persona. Todo lo dual sigue ahí, en el Gólgota, pero también la posibilidad de su superación. Es ese monte del Calvario se inaugura una nueva posibilidad para la humanidad: Cristo es un nuevo Adán, un nuevo comienzo.

Biografía de la luz, Pablo d’Ors