Domingo XIII tiempo ordinario / B / 2018

 

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


 

Lectura espiritual

 

Recordemos el consejo de Pablo: “Orad siempre. Haced en todo eucaristía (acción de gracias)” (1Te 5,17-18). Una de las gracias más grandes que un hombre puede obtener en este mundo es descubrir que, con el único deseo de Cristo, puede moverse con naturalidad y descubrir a Dios en toda circunstancia.

Es en esta línea que hay que rezar los versículos 4 al 9 del capítulo cuarto de la carta a los Filipenses que constituyen el telón de fondo de este libro: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.”

Nosotros no estamos ahí porque no hemos descubierto la oración del corazón. Tenemos miedo de llegar a esta simplicidad porque queremos que nuestra oración entre en un cuadro bien organizado. Se necesita mucho tiempo para llegar a esta simplicidad en la oración y al olvido de nosotros mismos para escoger lo que conviene a nuestra oración.

¿Me ayuda esto a encontrar a Dios? Es la única pregunta que me he de hacer. La unidad vendrá del corazón que no saborea sus joyas ni se para en sus tristezas sino que encuentra en Dios todas las cosas en un movimiento de abandono.

A menudo buscamos realizar la oración fuera de nosotros y miramos de crearla a partir de las palabras, de las ideas o las buscamos por encima o a nuestro alrededor en los “gruesos libros” que describen las técnicas de la oración. Mientras tratemos de producir la oración a partir del exterior, no llegaremos nunca a rezar realmente y siempre.

Todos hemos de descubrir, un día u otro, que llevamos en nosotros un “corazón de oración”. Decía un monje: “Hoy tengo la impresión que hace muchos años que llevaba la oración en mi corazón, pero no lo sabía. Era como una fuente que una piedra recubría. De repente, Jesús ha sacado la piedra. Entonces la fuente ha empezado a brotar, y desde entonces brota siempre.

Hay que descubrir “el hombre escondido en el fondo del corazón” según la bella expresión de san Pedro (1Pe 3,4) hablando de la situación del hombre nuevo. San Bruno hablará del “corazón profundo”.

El hombre lleva, escondida en el fondo de su corazón, la energía de la Resurrección, el dinamismo del Espíritu Santo que no es otra cosa que la gracia bautismal que nos hace “Participantes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4).

Hemos bajado a los infiernos con Cristo, en las aguas de la muerte que se han convertido en aguas luminosas y hemos sido revestidos con su Resurrección, es decir, con el poder de su gloria. Es que llevamos en nuestro inconsciente, no solo el subconsciente freudiano que es un infraconsciente, sino también un supraconsciente que no es otra cosa que la energía divina, la gracia bautismal.

Jean Lafrange: La oración del corazón