DOMINGO IV de CUARESMA / B / 2024

 

   


Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.


Lectura Espiritual

LA LLAGA                                                                           
Sumérgete en el costado abierto del mundo

La fe no es una intuición trascendente, una esperanza borrosa o un deseo indefinido. La fe es una forma de conocimiento, distinta a todas las demás y sorprendentemente respetuosa con la naturaleza humana. Es tan hermoso creer que casi resulta triste la idea de tener de dejar de hacerlo al llegar a la visión beatífica propia del más allá. Creer es la mejor forma de saber: la más humana, la más dulce, la que da más espacio al ser. La fe no es una operación individual, sino que nosotros somos el espacio donde tiene lugar ese movimiento del alma.

Señor, si te manifestaras con rotundidad -como tantas veces querríamos- no habría historia: todo sucedería de una vez, no habría ni un antes y un después, no habría un crecimiento en la madurez ni una progresión en el amor. ¡Estás enamorado de la historia, Dios mío! Eres un Dios al que le gusta la pedagogía. Eres un Dios enamorado de nosotros y construyes con cada uno, cual divino estratega, una historia de amor.

Cuando padecemos una llaga, el mundo entero se concentra para nosotros en nuestra llaga y todo lo demás se aleja hasta que prácticamente deja de existir. Éste es el primer mensaje de la llaga: entra en tu dolor, date cuenta de tu precariedad, mira de una vez por todas lo que eres. Con esta mirada comienza todo un itinerario emocional o sentimental que, en el mejor de los casos, dará paso a un itinerario espiritual.

Los sentimientos del corazón humano ante la llaga pueden resumirse en estos tres: la indignación y consiguiente protesta; la huida o la búsqueda de una solución pragmática; el abatimiento o la resignación.

Lo primero que suscita la llaga es la sorpresa. La llaga parece intolerable, en especial cuando nos toca personalmente. Como si no tuviera derecho a existir. Como si nosotros tuviéramos que quedar exentos de su flagelo. Todo aviso previo es inútil. El mal no tiene carta de ciudadanía en nuestra alma hasta que irrumpe. Antes sólo es una teoría. Cuando llega, despierta la rabia y la protesta, la humillación ante la propia impotencia.

Tras la primera fase, y mucho antes de que asome la aceptación, a todo herido se le abren dos posibilidades: o se determina a luchar contra la llaga o decide ignorarla, como si fuera a desaparecer sólo porque no la atienda. Procuramos resolver los conflictos o escapar de ellos. Nos cuesta simplemente convivir con ellos: asistir a su nacimiento, desarrollo y desaparición.

Pero hay heridas -las del alma- que no se dejan resolver. Reaparecen una y otra vez, por mucho que las queramos esconder o maquillar. El herido queda entonces abatido. La instalación en ese abatimiento es lo que llamamos resignación. Es en ese momento cuando puede comenzar el camino espiritual de la llaga. El camino espiritual ante la llaga tiene también tres fases: la mirada contemplativa (dejar que las cosas sean); el descubrimiento de la llaga del mundo (el salto del dolor personal al universal), y la compasión (la entrega del propio sufrimiento como dinamismo redentor). Todo esto suena a música celestial a quien está inmerso en las fases emocionales de la llaga.

La mirada propiamente contemplativa es siempre fruto de una llamada a la interioridad. Consiste en mirar la llaga sin reaccionar, es decir, sin secundar las emociones de cólera, confusión o pesadumbre que puede suscitar. Contemplar supone un añadido al simple mirar: se procura imprimir benevolencia y ternura a esa mirada interior. Es así como se empieza el trabajo de redención o sanación espiritual.

Quien mira su propia llaga con amor descubre que no es sólo suya, sino que es la llaga del mundo. La mirada amorosa es necesariamente unitaria. La verdadera solidaridad ante el sufrimiento ajeno es imposible sin haber penetrado a fondo en el propio. La esencia del mal es el aislamiento, pero si ante el mal se actúa con amor, ese aislamiento que les es propio se va resquebrajando hasta dar lugar a la comunión.

El dolor del mundo suscita compasión en quien realmente sabe verlo. La compasión no es un movimiento de condescendencia hacia quien sufre, sino de asunción del dolor ajeno y de -y eso es igualmente importante- ofrecimiento del propio. La llaga revela a quien así se comporta su raíz más profunda. Y se descubre entonces, en medio de la tribulación, la verdadera alegría.

Pablo d’Ors, Biografía de la Luz