DOMINGO III de PASQUA / A / 2023

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura espiritual

LA DESERCIÓN (Jn 6,60-68)
Sin espíritu no hay vida de verdad

El encuentro con Jesucristo marca indeleblemente al discípulo. En realidad, uno no sabe hasta qué punto ha quedado marcado sino al cabo de los años. Décadas después de la llamada, sea ésta abrupta o progresiva, se empieza a comprender algo de lo vivido.

Al principio -es natural- todo es entusiasmo. Pero luego vienen las crisis: una tras otra, a veces largas, a veces innecesariamente alargadas. Y luego vienen también las caídas, por supuesto, dado que reaparecen de pronto cosas que parecían definitivamente superadas. Esto te deja desconcertado y avergonzado, como si no hubieras caminado nada después de muchos años.

En el camino llega casi siempre un momento de aparente sensatez en el que se pacta con la realidad. Se piensa entonces que responder a la llamada es, después de todo, compatible con el mundo. No con todo, pues hay cosas claramente opuestas al espíritu. Tiene que pasar un poco más de tiempo para que nos demos cuenta de que hay que dejarlo todo atrás, si es que Jesús te ha llamado. Y no sólo una vez, sino siempre. Hay que seguir vendiéndolo todo, todo el rato para continuar. Entonces llegan las dudas de verdad. Después de bastante tiempo de traiciones y de fidelidad, en el corazón del discípulo resuena la terrible pregunta del maestro: ¿también tú quieres dejarme?

Normalmente tenemos una imagen muy blanda y edulcorada de Jesucristo. Por eso, no deja de sorprendernos que el evangelio cuestione nuestro estilo de vida y nos invite a cambiar. La tentación de abandonar a Jesús se abre entonces en nuestro horizonte como una posibilidad real. Con esta u otra formulación, decimos lo que dijeron en sus días los primeros discípulos: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede escucharlo? Nos revolvemos entonces y nos preguntamos: ¿qué significa dejarle o seguir con él? ¿Acaso no le he abandonado ya hace mucho? ¿No estoy a su lado, a fin de cuentas, de forma meramente nominal? Sólo hay una razón por la que desertamos del camino del espíritu: tememos perder el mundo.

 Consciente de nuestro problema, Jesús nos advierte que es el Espíritu que da vida y que la carne -sin la energía que la revitaliza- no sirve para nada. Las palabras que os he dicho -insiste- son espíritu y vida (Jn 6,63). El mensaje es muy claro: sin una dimensión espiritual, ninguna vida es vida de verdad. Podemos tener todas las riquezas del mundo, ser inteligentes y cultos, conquistar quién sabe qué cosas y alcanzar los más altos reconocimientos… Nada: sin espíritu, no hay vida. Y este espíritu, esa vida -ésta es la cuestión- está en las palabras que él nos ha dicho.

Con todo, algunos no creen. Lo sorprendente no es que haya quien se entregue al espíritu y a la vida, sino precisamente que haya tantos escépticos que se resistan y desconfíen. Lo sorprendente es que se escuche música y no se baile, que uno vaya al mar y no se bañe, a un banquete y no coma ni converse. Lo sorprendente es estar en la vida y estar muerto. Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. En todo grupo hay bajas, en particular cuando se debe dar el gran paso: el del hacer al ser, el de la actividad a la contemplación. Quien supera ese paso ha llegado -y lo sabrá- a un punto de no retorno.

El seguimiento de Jesús (no el cristianismo sociológico) es un camino de minorías. Ésa es una dificultad: nos distanciamos de los otros, damos la nota, hacemos la experiencia del extrañamiento del mundo -incluso de Dios-, porque Dios es lo totalmente otro y que, como tal, ejerce sobre el hombre una fascinación tan poderosa que lo aparta de lo común.

En la juventud, dejas el mundo por el evangelio con alegría. Eres inconsciente del tamaño de tu renuncia. No piensas en lo duro que es el modo de hablar de Jesús. En la madurez, dejas el mundo por el evangelio (si es que lo dejas) con pesar. Has entendido por fin de lo que te privas, y te apena. Te das cuenta de lo duro que es, efectivamente, su modo de hablar, sus exigencias, su radicalidad… Sólo cuando se alcanza la sabiduría se deja el mundo por el evangelio con amor. Has comprendido al fin -te ha costado la vida entera- que ése es el mejor modo de amar al prójimo y de abrirle una estela. Entiendes que su modo de hablar no es duro, sino simplemente justo.

Señor, ¿a quién vamos a acudir?, contesta Pedro a la pregunta por su posible deserción. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Este sólo tú es capital en la vida del discípulo. Sólo ese sólo tú indica que ha encontrado realmente el tesoro escondido. La radicalidad del evangelio no es distinta, al fin y al cabo, a la del verdadero amor.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz