Domingo III de Pascua / B / 2018

 

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


Apunta’t a la classe de religió

 

Lectura espiritual

 

¿Cómo será esto? (Lc 1,34

Mirémosla para intentar recomponer el rasgón más dramático de nuestra fe: el Dios de la religión se ha desligado del Dios de la vida.

¿Dónde está Dios? Santa Teresa de Ávila en el Libro de las fundaciones, escribió para sus monjas: “Si es en la cocina, también entre pucheros anda el Señor”. El Señor del universo se mueve en nuestra cocina, entre cántaros, ollas, vajillas y sartenes.

Es el mensaje procedente de los treinta años de Nazaret (“la gran escuela del cristianismo”, según el papa Pablo VI), donde María vive el milagro de lo cotidiano, sin gritos, ángeles ni visiones. Dios en la cocina significa llevar a Dios a un territorio de proximidad.

Juliana de Norwich, en una de sus visiones, habla de Dios usando el adjetivo domestic, familiar, de casa. Si no lo sientes familiar, cercano, de casa y de la calle, de la mesa y del trabajo, dentro del esplendor de lo sencillo, no has encontrado todavía al Dios de la vida. Estás aún en la representación racional del Dios de la religión.

La mujer de Nazaret, como mujer de casa, nos lanza un desafío enorme: pasar de una espiritualidad que se funda en la fascinación de lo extraordinario a una mística de lo cotidiano, de la representación teórica a la realidad tangible, que es sencilla, familiar, humilde y que la traspasa Dios.

Es en la cocina, en ese lugar que nos recuerda nuestro cuerpo, la necesidad de la comida, la lucha por la supervivencia, el gusto de las cosas buenas, nuestros pequeños placeres, y después la transformación de los dones de la tierra y del sol. “La realidad sabe a pan”, Dios sabe a pan. “Lo cotidiano es lo que más íntimamente nos revela” (Michel de Certeau).

El drama de nuestra fe es que el Dios de la religión y el Dios de la vida se han alejado. Nosotros, con Santa María, tenemos esta ocasión de reunir al Dios de la religión, del culto, de la vida, al del Canto de las criaturas, que colorea de luz las miradas y da calor a los abrazos. Que conforta la vida.

Sigamos el relato de la anunciación como una evangelización para nosotros. “El ángel entró donde ella estaba” en su casa. Un día cualquiera, en un lugar cualquiera, a una joven cualquiera: el primer anuncio de gracia del evangelio se lleva a cabo en la normalidad de una casa. Algo colosal sucede en lo cotidiano, sin testigos, lejos de las luces y de las emociones del templo.

Es bello pensar que dios te toca no solo en las liturgias solemnes de las catedrales, en las abadías, en las capillas, en las vigilias, sino también, y sobre todo, en la vida común, en lo cotidiano.

La casa no es solo la morada que acoge y resguarda: es una fisura sobre el infinito, porque Dios está donde yo soy yo mismo. En la casa Dios te roza, te toca. Lo hace en un día en que la persona está tan embriagada de alegría y amor que dice a la criatura que ama palabras totales, absolutas y que quisiéramos fueran eternas. Te toca en un día de lágrimas, en el abrazo del amigo, o cuando en el desierto, en el cansancio de la rutina te topas con la sorpresa.

Y yo, ¿dónde imagino hoy a Dios? ¿En las iglesias o en las liturgias? Por supuesto. Pero el nuestro es un Dios al que podemos sorprender en los caminos, en las calles, en las casas, en las cunas, en las manos de quien parte el pan, de quien te quiere bien.

En efecto, la imagen que queda de Jesús no es la de la frecuentación del templo, sino la de la frecuentación de la vida: calles, campos, lago, casas, la casa donde se banquetea, donde se llora, donde alguien te perfuma. Además de personas, rostros y la liturgia de los gestos.

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio