VI DOMINGO del tiempo ordinario / A / 2023

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

EL HIJO PRÓDIGO (Lc 15,11-32)
Volver a casa

Aquel joven andaba sucio, solo y hambriento. Lloraba porque se acordaba de su deplorable situación, y eso le rompía el corazón. Las horas que no lloraba eran las peores: una gran pesadumbre le invadía hasta el punto de desear la muerte.

Finalmente pensó: Volveré a la casa de mi padre. El hijo que camina hacia su padre camina hacia su verdadera libertad. ¡Qué maravilla emprender ese camino! Caminar hacia un horizonte. ¡Dios mío, había un horizonte! ¿Sería posible que sólo ponerse en camino tuviera sobre él todos esos efectos reparadores?

La incertidumbre le asaltaba a cada paso, pues no sabía cómo sería recibido cuando llegara. Y una gran vergüenza de sí, pues tendría que reconocer ante todos, su equivocación. Yo sólo quería disfrutar a tope de la vida. Yo pensaba que sin la autoridad paterna podría disfrutar de una ilimitada libertad.

Pero, aun en medio de aquella incertidumbre, tan dolorosa, y de la vergüenza, lo cierto es que había empezado a sentirse más ligero y más libre. Había dejado “los cerdos” atrás y había empezado su recuperación. Partía hacia su casa y – lo iba comprendiendo- hacia sí mismo.

Peregrinar hacia uno mismo, no hay nada más hermoso. Volver a ser quienes fuimos en la mente de Dios…, caminar hacia lo que somos. ¡Cuántos son los caminos en lo que incautamente perdemos el nuestro! ¿Cómo es que hay que perderse tanto para reencontrar el camino? Aquel hijo pródigo fue muy feliz en su viaje de regreso. Cada día más cerca, cada día más determinado y restablecido. Y así hasta que un atardecer divisó su casa, a lo lejos. ¡Su casa, Dios mío! Una última duda: quizás no tenía que haber regresado.

Tardó en distinguir a su padre, corriendo hacia él. Corrieron ambos hasta que, frente a frente, se detuvieron. Finalmente, se fundieron en un abrazo que duró aproximadamente un siglo.

El hijo pródigo somos nosotros, que dilapidamos el tesoro que Dios ha puesto en nuestras manos, buscando fuera -en la diversión- lo que sólo podemos encontrar dentro -en la patria de nuestra conciencia. Hasta que nos damos cuenta -avergonzados- de cómo vivimos muy por debajo de lo que nos corresponde. ¿Qué hago yo en este trabajo? ¿qué hago junto a estas personas, tan ajenas a mi mundo de intereses? O ¿cómo he llegado a algo tan sórdido o indecente? Retornaré -decidimos-, y emprendemos, paso a paso, el camino de retorno al hogar.

El joven de esta parábola volvió a su casa por la experiencia de vacío por la que tuvo que pasar al encontrarse sin nada y sin nadie, arrojado a una cuneta. Tuvo que experimentar la vanidad de este mundo para ponerse en camino para ponerse en camino hacia el verdadero mundo. Ésta es la condición del hombre que quiere acercarse a Dios: sin la experiencia del vacío, nunca regresaría al Padre… ese vacío puede ser un matrimonio roto, un proyecto profesional que se viene abajo, la pérdida de un ser querido, una larga y difícil enfermedad… Siempre es así: el vacío lleva a Dios y Dios, de algún modo, lleva a vaciarse de todo lo que no es Él. No es complicado: a nadie le cuesta desprenderse de una bagatela cuando encuentra un tesoro. Si cuesta es que no lo hemos descubierto como tesoro.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz