XXIV Domingo tiempo ordinario / A / 2020

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 


Lectura Espiritu
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En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor del Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia? (San Juan Pablo II).

Es verdad que podeos hablar con Jesús en cualquier sitio  ̶ paseando por el parque, en el transporte público, dentro de nuestra habitación ̶  pero acudir al Sagrario es entender que Él nos ha citado ahí. Jesús ha anticipado y decidido el lugar de nuestro encuentro. En la vida humana podemos llamar por teléfono o enviar un mensaje a alguien que nos aguarda en determinado lugar, disculpándonos por no haber llegado al sitio del encuentro. Sin duda que al Señor le dolerá nuestra ausencia de un sitio preciso donde lleva ¡dos mil años! Esperándonos.

La presencia real de Jesús da a nuestra cita oracional un realismo inaudito. Él está ahí, y está para quien vaya. La condición es la de siempre: la apertura interior, el rendimiento de nuestra persona para trasladarla a la realidad de Otro… que tomó la iniciativa de citarnos.

Tal oración [ante la Eucaristía] es siempre más que un mero hablar abstracto con Dios. Contra esto se podría dirigir siempre la objeción siguiente: también puedo orar al aire libre. Y, ciertamente, se puede hacer así; pero si solamente se diera esto la iniciativa de la oración sería solamente nuestra, y Dios sería en ese caso un postulado de nuestro pensamiento, y aunque Él contestara, aunque quisiera y pudiera contestar, el horizonte permanecería abierto. Pero la Eucaristía significa que Dios ha respondido y que la propia Eucaristía es Dios hecho respuesta, ella es su presencia que responde. Ahora la iniciativa de la relación entre Dios y el hombre no se encuentra en nosotros sino en Él, y por eso solamente ahora podemos considerarlo seriamente en serio. (Joseph Ratzinger).

Su silenciosa presencia, verdadera y real, humilde y discreta, pacientísima, deberá encontrar en nosotros las actitudes de reverencia y finura que tendríamos con quienes lo dan todo por amarnos. No se nos ocurriría por ejemplo, luego de haber sido citados por alguien muy querido y reverenciado, dedicarnos, durante la entrevista, a contestar mensajes del teléfono o remirarnos las uñas. Tampoco descuidaríamos la postura, sentándonos desgarbadamente o perdiendo la conciencia de lo Sagrado hablando en voz alta, o dirigiéndonos a Él empleando palabras vulgares. La confianza no está reñida con el respeto.

Si orar es conjugar los verbos creer, esperar y amar, en la Eucaristía encontraremos el supremo catalizador de esas virtudes. Porque en Ella se realiza la Presencia oculta bajo el velo de la fe; y se oculta también un corazón ardiente que reclama confianza y amor. La Eucaristía es signo que materializa la Presencia que estamos invitados a acoger, circunscribiéndola a las dimensiones del pan y fincándonos de ese modo en lo cotidiano, en lo espacial, en lo temporal, en el aquí y ahora. El beato Pablo VI, en circunstancias difíciles de contestación en la Iglesia, lo recordaba:

«Así es. Lo repetimos: nosotros sabemos enunciar un misterio. Así es: Cristo está realmente presente en el sacramento eucarístico. Decimos esto también con objeto de disipar dudas que han aparecido recientemente tras el intento de ofrecer interpretaciones elusivas a la doctrina tradicional y autorizada de la Iglesia. Cristo está realmente presente, vivo y oculto en la señal del sacramento. No son palabras vanas, no es una sugestión supersticiosa ni una fantasía mítica: es verdad.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental