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XXVII DOMINGO tiempo ordinario / C / 2022

Leer la Palabra de Dios

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Leer la Hoja Dominical

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA PISCINA DE BETESDA                   

Mira de qué te está protegiendo la enfermedad                                             

El escenario es aquí un balneario al que acuden enfermos y ancianos en busca de alivio de las aguas termales. El agua es símbolo de purificación, es decir, de la salud. Como sabemos, el agua que se estanca, se pudre y huele mal. Así sucede en nosotros: si nuestra agua interior se mueve, estamos vivos; si está quieta, en cambio, nos pudrimos por dentro. Pudrirse por dentro significa estar enfermo, no sostenerse a sí mismo. Necesitamos ir a un balneario del alma para que se renueve nuestra agua interior.

Como siempre en el evangelio, el punto de partida es la fragilidad humana: hay un enfermo crónico que lleva tanto tiempo postrado que ya no confía en sanar. Se limita a lamentarse y, por supuesto, levantar acta del egoísmo de los demás.

Sin embargo, incluso cuando el horizonte es mínimo -o, aún más, nulo-, hay esperanza. Jesús puede aparecer de pronto y preguntarnos: ¿Quieres curarte? Todo lo que va a suceder a continuación es posible porque aquel enfermo crónico estaba ahí, en la llamada piscina de Betesda. Porque seguía acudiendo, aunque nunca había experimentado la menor mejoría.

Todo empieza gracias a la compasión de Jesús. Dios no se hace frágil a regañadientes. No abraza la fragilidad para erradicarla sino para amarla.

 ¿Quieres curarte? Ésta es siempre la gran pregunta, puesto que nada puede movilizarse en nosotros en última instancia si realmente no lo deseamos. La pregunta, por tanto, no es si puedo o no puedo. No mucho menos si debo o no debo, sino más bien si quiero o no quiero. ¿Qué estoy dispuesto a hacer por eso que digo querer? ¿No será que me he enamorado de mi enfermedad? ¿Cuántas veces he pactado con el mal? Voy al balneario, claro, no he perdido del todo la esperanza. Pero, ¿por qué no pido ayuda? ¿Por qué he hecho de mi vida una queja perpetua?

Claro que el infierno existe, lo experimentamos a menudo. Pero el verdadero problema no es su existencia, sino nuestra insistencia. El problema es que nos hemos enamorado de la sombra.

La enfermedad nunca está en la raíz, la enfermedad es siempre una consecuencia. Algo pasa en el alma de quien está gravemente enfermo: un pecado, una herida sin sanar, un temor ancestral… ¡Nadie me ayuda!, argüimos nosotros, quejumbrosos o indignados, igual que el paralítico en Betesda. Nadie me quiere. No soy importante para nadie, me dejan aquí tirado. No me llaman, no me escriben, no me dedican un pensamiento… ¿Cómo podemos amar a quien no se ama? O, dicho de otro modo: ¿cómo puede sentirse amado quien se niega a recibir?

¡Levántate y anda! Éste es el imperativo que el Dios de Jesús nos dirige a cada uno de nosotros: no estés abajo, no te quedes inmóvil. Levántate, toma tu camilla y anda: los tres mandatos son importantes y sucesivos.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz

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