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Jesucristo, rei del universo / A / 2020

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El Santo Rosario tiene, en la vida de oración una doble riqueza. La primera, los bienes que reporta la oración repetitiva, de los que ya hemos hablado. La segunda, ser un cauce privilegiado de oración contemplativa. Comencemos insistiendo en la primera riqueza: la repetición.

Dijimos que la repetición supone recordar a la inteligencia humana su profunda indigencia. Ella es ante todo una capacidad de acogimiento, pues la inteligencia en sí misma no contiene absolutamente nada. Es habitada tan solo por las palabras o imágenes que proceden del exterior, es decir, de la realidad sensible. La repetición de idéntica plegaria viene a recordar al intelecto que debe siempre preferir la escucha al habla, la recepción por encima de la acción, la paciencia antes que la acometividad. El Rosario nos recuerda una actitud esencial: la humildad del corazón a la espera del don de Dios.

 Carlo Carretto, aludiendo a esa sencillez y monotonía (aparentes) del rosario, emplea imágenes entrañables: “El Rosario es como la mano de la madre sobre nuestra cuna de niño; es como la señal de un abandono de todo razonamiento difícil sobre la oración, para la aceptación definitiva de nuestra pequeñez y de nuestra pobreza… el Rosario es como el eco de una ola que choca contra la orilla, la orilla de Dios… Dios te salve, María, Dios te salve, María, Dios te salve, María…”

Unamuno, por su parte, había descubierto también esa relación entre el ritmo de las olas y las Avemarías del Rosario. Ese que él mismo tantas veces oyera rezar a su madre y que él rezó también más de una vez… Durante su destierro en Hendaya, iba cada día a la orilla del mar, leía el Evangelio de san Juan y contemplaba nostálgico la costa de España. Las olas que, incansables, irrumpían en la playa, le recordaban el paso lento de las cuentas del Rosario: un Rosario cósmico rezado por el mar. El 18 de marzo de 1929 escribió:

Dios te salve, María / las olas vienen; / Santa María, / las olas van. / Dios te salve, María, / rezan las olas; / Santa María, reza el mar. / Dios te salve, María / es el Rosario, / Santa María, / sin acabar. / Gloria Patri; un punto / sonríe el Padre, / y reza el mundo, /amén, / y Dios también.

Repitamos serenamente las Avemarías del Rosario. Serán un remanso de paz en medio de tanto frenesí.

Ricardo Sada
Consejos para la oración mental

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