Lectura espiritual
LA ORACIÓN. Retirarse, relajarse, recogerse
Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará. CUANDO RECÉIS, NO DIGÁIS MUCHAS PALABRAS, como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán escuchados. No los imitéis, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis. (Mt 6,5-8)
Uno de los rasgos más característicos de Jesús era su voluntad pedagógica, de maestro, y ello casi desde el principio de su vida pública. Jesús entendió enseguida que, además de anunciar, debía enseñar. Tras la proclamación de las bienaventuranzas, Jesús quiere hacer comprender que esa auténtica humanidad de la que ha hablado sólo es posible a partir de Dios. Que ser persona consiste sustancialmente en relacionarse con Dios, y que Dios habita en nuestro interior.
Las enseñanzas de Jesús sobre la oración fueron casi siempre breves, sencillas, en el sentido que todos podían entender lo que decía, si bien a distintos niveles de profundidad. Partía siempre de alguna imagen, era un artista: los lirios del campo o un banquete de bodas; la limosna en el cestillo del templo, los capisayos de los doctores, la moneda perdida, la simiente del grano, el labrador y sus hijos, los pájaros, el manto, la levadura, las redes en la orilla… Por eso su predicación no se olvidaba fácilmente y ha podido pasar a la posteridad.
No es que Jesús buscase con qué comparar el Reino de Dios, que era de lo que siempre hablaba: veía ese Reino en la red, en la moneda, en la simiente, en la boda, en las barcas que salían a pescar… Veía un árbol y en el árbol -no detrás de él- veía la vida. Todas las criaturas estaban para él tan vivas que traslucían a su Creador. El mundo era para él un espejo del amor y él, simplemente, lo relataba. Dios no está lejos o fuera, sino dentro y aquí.
La oración, según Jesús, es un asunto privado que tiende a desvirtuarse cuando se realiza en público. Porque en público somos vistos, y entre ser visto y desear ser visto hay a menudo una frontera muy fina. La oración, debe ser pura, es decir, limpia del deseo de ser tenidos en consideración. No pretendas, pues, tener la atención de Dios cuando lo que buscas es la de los hombres.
La primera conclusión de este planteamiento de Jesús es que la oración no necesita templos o iglesias: nuestro cuerpo es el santuario donde se produce lo que llamamos oración. Es en el cuerpo donde se verifican las aventuras del alma. Y si para orar no es preciso el templo, tampoco son necesarios los sacerdotes y la asamblea. Cerrar la puerta es capital. La puerta se cierra a lo de fuera para que pueda abrirse a lo de dentro. No hay que extrañarse: la relación entre el amado y la amada exige intimidad. Mateo recoge las claves que Jesús ofrece para conseguir intimidad. Primera: entrar en el aposento. Segunda: cerrar la puerta. Y tercera: orar al Padre.
El aposento del cuerpo: entra en tu propio cuerpo, contáctalo, sé consciente de él recorriéndolo de arriba abajo, ayudándote para ello de la respiración. La puerta de la mente: cierra la puerta a los sentidos, aparta los estímulos externos, sosiega tu pensamiento y no te aferres a tus imágenes interiores. Orar en el espíritu: ora al Padre, es decir, escucha y mira, permite ser mirado y escuchado. No mires ni escuches hacia fuera -el mundo- ni hacia atrás -pasado-, sino hacia dentro y hacia Él. Si vas adelante por esta senda, llegará el punto en que no debas escuchar ni mirar en absoluto, sino sólo estar ahí, ser con lo que hay. Y, más adelante todavía, el punto en que serás el oído y la mirada misma. En la habitación silenciosa de tu cuerpo aquietado y de tu mente silenciada está esa Fuente que te saciará si vas a ella como peregrino.
Orar no consiste en hablar ni en pedir mucho. El silencio, carente de ideas y de emociones, es el marco en que escuchamos y somos escuchados, en que miramos y somos mirados; y en eso, precisamente, consiste la oración. El silencio es el ámbito en el que el espíritu puede revelarse con mayor claridad. Ese espíritu lo podemos llevar continuamente con nosotros; no es preciso estar siempre en el acto de orar, podemos ser oración, incorporarla por medio de la consciencia, de modo que todo lo que hagamos o digamos sea en espíritu y verdad, esto es, un homenaje a la vida.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)
Debe estar conectado para enviar un comentario.