Lectura Espiritual
La continua Presencia divina es una gracia, un don del Espíritu. Para que llegue a darse en nuestra vida se precisa, sin embargo, la colaboración personal, a través del ejercicio continuado de diversos hábitos oracionales, de modo que la acción del Santificador pueda desplegarse. Esos ejercicios no permitirán la radicación de costumbres estables de vida espiritual, que derivarán de ordinario en una Presencia permanente.
Y es que el hombre se construye con sus hábitos, no con sus actos aislados. Esto resulta especialmente válido para la vida espiritual, y por tanto es preciso lograr que los tiempos dedicados a la oración se integren en una armonía rítmica dentro del horario cotidiano. Porque el hombre vive inmerso en ritmos, está marcado por ellos, y ellos lo construyen. Períodos que se reiteran y que lo invitan a adaptarse a esa cadencia.
Armonías rítmicas, como el de la inspiración-espiración, sístole-diástole; ritmos de cada día, como el de vigilia-sueño, ayuno-alimento, trabajo-descanso, esfuerzo-relajación… El hombre vive también en ritmos de amplitud mayor, como los ciclos de la naturaleza, las estaciones del año y las etapas de la vida. En esa armonía rítmica es preciso integrar las prácticas de piedad, de modo que la regularidad permita al espíritu constituirse y desplegarse, informando la vida de cada persona en procesos cotidianos, semanales, mensuales, anuales…
Lo primero es el hábito cotidiano: la diaria práctica oracional. Aunque se trate de personas muy ocupadas, a las que no les fuera posible sino un cuarto de hora de oración al día, han de lograr esa regularidad irrenunciable, a riesgo de no conseguir nunca una verdadera captación de la Presencia divina. Cuando una persona afirma que ni tiene tiempo para orar, lo que realmente sucede es que Dios no es aún su prioridad, puesto que no se ha decidido a incluir esa actividad en su ritmo diario. ¡Nadie se ha muerto de hambre por carecer de tiempo para comer!
Hay una arma -un camino- que es esencial para abordar las dificultades y hacer progresos en la oración. Y es la firme resolución de no cesar nunca de hacer intentos…, sin que importen las dificultades que se presenten, ni la pequeñez de los éxitos, ni lo que vaya a costar… si somos generosos y ponemos todo de nuestra parte, aunque no sea más que gloriarnos de nuestra pequeñez, entonces podemos estar seguros de la ayuda divina, pues un principio teológico que Dios no niega su gracia a aquellos que utilizan la que ya tienen, por muy pequeña que sea.
Ricardo Sada
Consejos para la oración mental
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