Lectura espiritual
EL SACERDOTE. Entrar en el propio templo
Una vez que, con los de su propio turno, oficiaba ante Dios, según el ritual sacerdotal, le tocó entrar en el santuario para ofrecer incienso. Entonces, mientras la masa del pueblo quedaba fuera orando durante la ofrenda del incienso, se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se asustó y quedó sobrecogido de temor. El ángel le dijo: no temas, Zacarías, que tu petición ha sido escuchada, y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien llamarás Juan […] Zacarías respondió al ángel: ¿Qué garantía me das de eso? Pues yo soy anciano y mi mujer de edad avanzada. Le replicó el ángel: yo soy Gabriel, que sirvo a Dios en su presencia. Me han enviado a hablarte, a darte esta buena noticia. Pero mira, quedarás mudo hasta que esto se cumpla, por no haber creído mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo. El pueblo aguardaba a Zacarías y se extrañaba que se demorase en el santuario. CUANDO SALIÓ, NO PODÍA HABLAR, y ellos adivinaron que había tenido una visión en el santuario. El les hacía señas y seguía mudo. (Lc 1,8-13; 18-22)
Solemos tardar mucho hasta que comprendemos que recibimos en la medida que nos ofrecemos. De jóvenes esperamos que nos lo den todo. De adultos dejamos de ser tan autorreferenciales, muriendo, poco a poco, a nosotros mismos. Empezamos entonces a darnos.
Un sacerdote es alguien que dedica toda su vida al misterio de lo invisible, mediante ofrendas rituales. Claro que no se trata tan solo de ofrecer cosas, sino de ofrecerse a uno mismo por medio de esas cosas.
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Zacarías era un viejo sacerdote que había vivido siempre de manera irreprochable, cumpliendo todos los mandamientos y las observaciones rituales. Pero no había tenido experiencias místicas. Pese a todo no se había rendido y había mantenido la antorcha encendida.
También nosotros nos cansamos. Quizás nos formulamos preguntas: ¿Consiste la vida en esto? Zacarías necesitaba algo nuevo que le ayudara a renovarse. Nos pasa a todos: o nos renovamos o morimos. La cuestión es ¿Qué esperar?
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Zacarías recibe una revelación: Tendrás un hijo. Su reacción: la duda y la resistencia, ante el miedo a un hecho que le desborda. Cuando algo nos impresiona mucho, nuestros sentidos se embotan y dejan de responder con normalidad. Zacarías se quedó sin poder hablar.
El silencio es probablemente la mejor respuesta a la manifestación de Dios. El silencio nos da tiempo para asumir lo que sucede, para conservarlo en el corazón, para no sacarlo fuera de inmediato, corriendo el riesgo de profanarlo con interpretaciones injustas.
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Un sacerdote es alguien que trabaja con la voz. Al enmudecer, debe replantearse su vocación, es decir, su voz interior, dado que ya no puede proyectarla. Debe cuestionarse su ministerio: ya no basta con que acuda al templo, debe entrar en su propio templo, en su conciencia. Tampoco basta ya con que haga sus ofrendas rituales, debe ofrecerse a sí mismo.
Tiene que ser duro quedarse mudo, pero más duro todavía debe ser no haberse quedado nunca, pues eso significaría que jamás hemos permitido que algo grande nos trastocara. Que hemos vivido encerrados en nuestras seguridades y que, por ello, no conocemos la visita del ángel, cuya misión es ponerlo todo patas arriba.
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Para poder experimentar algo tan grande como lo que vivió Zacarías, hay que entrar a diario en el templo; hay que soportar la visita de un ángel -es decir, la irrupción de nuestra identidad más profunda-; hay que fastidiarse quedándose mudo -incomunicado, incomprendido, señalado…-, y, sobretodo, hay que correr el riesgo de ser fecundo y de tener un hijo.
Todo eso nos aterroriza, nos paraliza; y es comprensible, puesto que un ángel es algo así como una concentración de energía pura, desconocida y desestabilizadora.
No podemos ver a Dios y seguir vivos. No podemos adorar -hacer la experiencia de nuestro yo profundo- y pretender que nuestra vida no se haga pedazos.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)
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