Lectura Espiritual
Estas consideraciones revisten una consecuencia consoladora. No importa lo que sientas, ni tampoco lo que entiendas o no entiendas. La oración no depende del coeficiente intelectual ni del estado anímico. No tenéis que sentir arrobamientos, ni advertir descubrimientos teológicos o soluciones geniales cuando oras.
Ora, simplemente, con sencillez, llevando tus armas abatidas, es decir, a corazón abierto, sin defensa, con la fe a punto. Si tú lo quieres, ya está ahí, subiste a la montaña, te elevó la fe. Traspusiste la puerta. Has hecho un ejercicio de virtud teologal que te hace tocar a Dios. Con independencia de lo que sientas o entiendas.
Si se sabe orar en la fe, el vacío del espíritu queda colmado. Dios no es ya solamente idea, imagen de la fantasía o sentimiento, sino realidad viviente que no permanece en una beatífica e indiferente lejanía, sino junto al hombre.
De modo que valoremos la fe, contemos con ella. Es un Don maravilloso y muchas veces no lo valoramos suficientemente. Porque se trata de una realidad humilde, discreta, muy interior. Es disposición del corazón y de la voluntad, es apertura, es el ¡Si! a la revelación de Dios y a sus promesas. Es firmar un pagaré que no se hará efectivo sino en la eternidad. Quedarnos por ahora sin comprobar nada, en actitud de sumisión y confianza.
Pero esa disposición abierta y rendida es la que nos da libre acceso a las grandezas de los misterios divinos. Porque, en cierto sentido, todas nuestras fallas -en la esperanza, en la caridad, en las virtudes morales-, derivan de una falta de fe.
Jesús la pedía siempre, y manifestaba muy a las claras su enfado cuando percibía corazones cerrados a su palabra y a su Persona. No creerle era no acogerlo, no recibir en la habitación interior el Huésped que llama sin cesar a nuestra puerta.
Ricardo Sada; Consejos para la oración mental.
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