Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
EL JUICIO
Convertirse mansamente en el reo (Jn 38,33-38)
El proceso al que Jesús fue sometido tuvo un carácter religioso y político, judío y romano: se le enjuició por partida doble y se le acusó, en primera instancia, por el asunto del templo.
La cuestión no era, simplemente, que Jesús flexibilizase la ley, a todas luces muy rígida. Jesús era para los judíos ortodoxos algo mucho más grave que un mero reformador, moderno y liberal. No se crucifica a nadie por relatar historias bonitas que estimulan un comportamiento cívico y moral. El problema estaba en el pero yo os digo que precedía a muchas de sus afirmaciones: ese yo de Jesús -la conciencia que tenía de sí- era lo que pone nerviosos a muchos todavía hoy. Ese yo, tal y como él lo pronunció para referirse a sí mismo, es lo que hace de Jesús un personaje difícilmente comparable a otros fundadores religiosos.
La particularidad de Jesús consistió en que no se presentó tan sólo como un hijo de Dios, sino como el Hijo de Dios. Afirmó que él en persona era él camino, la verdad, la vida, la puerta, la luz…, y se propuso como la nueva ley, a la que la de Moisés debía someterse. Toda una provocación. Es normal que esto resultase intolerable para muchos, sobre todo para los poderosos y los intelectuales. Estas afirmaciones resuenan todavía hoy muy excluyentes, y nuestra mentalidad moderna tiende a rechazarlas. El templo es el templo y tú eres tú, un profeta si quieres, pero un pobre hombre como los demás -se defendían los fariseos-. Pero, pese a referirse a sí mismo con la expresión Hijo del hombre, lo cierto es que Jesús no se veía exactamente como uno más, sino como el primogénito y, por tanto, como alguien con una relación muy particular con esa fuente de vida que llamó y enseñó a llamar Padre.
Así que Jesús fue un hereje y, como tal, fue acusado de herejía. La acusación no se equivocó, otra cosa es que reprobemos los métodos que utilizaban para castigar a los disidentes. Un hereje es un traidor al patrimonio religioso recibido de sus mayores, pues lo retoma y reformula para proponerlo de nuevo según su particularísima visión. Hubo una frontera que Jesús no respetó. Porque el cristianismo es una profundización en el judaísmo, cierto, pero también afirma y pone en práctica postulados y ritos que -se mire como se mire- no son judíos. Jesús supone una verdadera novedad: el Reino está aquí (antes de su llegada no estaba), eso es lo que vino a anunciar. Él es el Reino en persona, esa es la cuestión que está detrás de todas las disputas religiosas entre Jesús y los fariseos.
Por lo que se refiere al juicio político, las diferencias con el religioso no son sustanciales. Si en éste la pregunta fue por su identidad de hijo de Dios, en aquel lo que preocupaba a los gerifaltes era su identidad de rey. Tú, ¿un rey?, quería saber Pilato, el asunto le inquietaba y divertía en partes iguales. Tú, ¿pretendes suplantar al imperio romano? Los judíos, en cambio, querían saber si pretendía suplantar a Moisés. Tanto Pilato como Caifás (como probablemente cualquiera de nosotros) sabían que, si de repente aparecía un profeta, lo más sensato era pensar que fuera un desequilibrado o, al menos, un exaltado. El trastorno era la posibilidad más factible, siempre lo es. La credulidad es la esperanza de los débiles.
Pero, fuera un lunático o no, lo cierto es que la metáfora Reino en que Jesús centraba sus discursos terminó por resultar muy peligrosa para todos. ¿No habría podido Jesús utilizar otra, más inocua? ¿No podría haber dicho desde el principio que su Reino no era de este mundo para que nadie se sintiera tan amenazado con su palabra y su presencia? No, no creo que hubiera podido. Por eso, los tribunales que examinaron la causa terminaron condenándole. Lo importante, en cualquier caso, es como termina nuestro juicio particular, pues es evidente que, llegados a este punto, también nosotros hemos de pronunciarnos de algún modo sobre su identidad y sobre la relación que mantenemos con él. Sobre la relación que existe entre su luz y la nuestra.
Pablo d’Ors, Biografía de la Luz
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