Domingo XXIII tiempo ordinario / C / 2019

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja  Dominical

 

Lectura Espiritual

La oración es algo muy personal. Y muy misterioso. Más allá de cualquier técnica, se ora como se es. Y más allá de cualquier determinación voluntaria, la oración es un don de lo Alto.

Dios ha creado nuestra alma de manera única y singular, y la relación con Él -la oración- expresará esa forma irrepetible de su proyecto creador. Nadie que ore desde el fondo orará igual que otro, porque ese fondo es el diseño de una Sabiduría amorosa que espera recibir, de su diseño único e irrepetible, un amor también único e irrepetible.

Pero aunque cada uno ore según sea, y aunque la oración nos trascienda por ser un Don de lo alto, podemos intentar ofrecer algunos desarrollos para este difícil arte de la oración. ¿Cuáles son nuestras fuentes? Los escritos de los grandes orantes de la historia. Ellos revelan al hombre profundo, al interlocutor de Dios.

 Y es que el secreto de la vida no está en la investigación académica, ni en la evolución de la tecnología -aun cuando esta investigación o esta evolución cautiven a muchos-. Tampoco en el consumismo, aunque tengamos necesidad de pan y circo. Tampoco en la acción, aunque no podamos dejar de actuar cada día y ante cada reto. La acción, la investigación, la curiositas informática expresan, en realidad, un deseo que las sobrepasa. Porque una vez cubiertas esas necesidades, surge en el corazón humano un ansia irrefrenable. Los sucedáneos no remedian en el hombre su carencia fundamental. Los grandes orantes han desarrollado una antigua verdad, ahora preterida: Los pájaros vuelan, los peces nadan, el hombre ora.

El hombre es hombre porque ora, porque es interlocutor de Dios. Ser relacional, su riqueza se mide por la calidad de sus diálogos, y su felicidad viene determinada por la profundidad de unión con Aquel de quien procede y a quien tiende.

En la lectura de este desarrollo no olvidemos lo antedicho: la oración es un Don de la gracia, y por eso no depende -al menos no determinantemente- de nuestra voluntad ni de nuestros esfuerzos. Todo, incluido el inicial intento de dirigirnos a Dios, es gratuidad pura. Pero si su benevolencia encuentra una voluntad dispuesta y un deseo sincero de secundar los impulsos divinos, no dudemos que la dotación necesaria para acoger esa Misteriosa Presencia, sea por un cauce, sea por otro, nos será donada.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental.