Domingo XIX durant l’any / A / 2017

La Paraula de Déu

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Lectura espiritual

“¿Por qué sois tan miedosos? ¿Por qué no tenéis fe?” (Mc 4,35-41)

Los apóstoles, aquella tarde de miedos, le gritan a Jesús: “¿No te importa que perezcamos?”. ¿No te importa la vida o la muerte de tus amigos? Palabras duras de lágrimas y miedo: nada de lo que decías es verdad, ¡nosotros no te interesamos!

Jesús responde una respuesta sin palabras, pero que tiene la fuerza de los gestos: me importas tú, me importa tu vida, tú eres importante para mí […] Tú me importas hasta el punto de que te he contado todos los cabellos de la cabeza y todo el miedo que sientes en el corazón (cf. Mt 10,29-31).

Dios no hace otra cosa en la eternidad que considerar a cada persona más importante que a sí mismo. Yo soy esa persona. Y soy una persona agradecida.

En esto me apoyo, en el Señor que repite: me importas tú. A eso me aferro, como un niño que puede dormir durante la tempestad porque sabe que está en brazos de su madre, presente incluso en la oscuridad de la más horrenda tempestad. Dios no salva de la tempestad, sino en la tempestad.

Yo quisiera que el Señor gritara inmediatamente al huracán: ¡”Calla!”, e increpase al punto a las olas: ¡”Calmaos!”, y que en mi angustia repitiera: “¡Paz!”. Quisiera verme libre de la lucha, quisiera tener siempre un cielo siempre sereno y luces claras que indicaran la ruta de mi barca […].

Jesús nos enseña que hay un solo modo para vencer el miedo, y es ¡la fe! No la religión sino la fe… “¿Cuándo es religión y cuándo fe? La religión [la idolatría] es cuando haces a Dios a tu medida; la fe es cuando te haces a ti mismo a la medida de Dios” (David Maria Turoldo).

La fe se manifiesta en tres pasos: tengo necesidad, me fío y confío. Y cree que en el tiempo de la tempestad Dios no está en otra parte; está en el reflejo más profundo de las lágrimas, poniendo freno a tus miedos. Dios está presente, pero no como quisieras tú, sino como quiere él.

Está presente, pero a su modo: no actúa en mi lugar, sino conmigo; no para líbrame de la tempestad, sino para darme fuerza en medio de la tempestad, apelando a la perseverancia, a la resistencia, a no bajar los brazos, a coger con las manos los remos y el balde para achicar el agua.

“Eran perseverantes”, dice Lucas describiendo a los apóstoles después de la Ascensión (He 1,14) […]. También la primera comunidad cristiana de Jerusalén es descrita con ese adjetivo […]: “Eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones” (He 2,42).

La perseverancia no es clamorosa ni arranca aplausos; es la virtud fuerte que hace avanzar la barca de la comunidad.

Cuando, como los doce, no te rindes, sino que sigues remando y luchando […], y haces todo lo que debes hacer, entonces lo encuentras en el corazón de la tempestad. Y sirve de freno y límite a tus miedos.

Fe desnuda es perseverar, incluso en la borrasca, en la seguridad de que Dios está en mi barca, que une su respiración con la mía, su ruta a la mía. Quizá adormecido. Tal vez mudo. Pero si habla, es por amor; y si calla, es también por amor.

Ermes Ronchi, Las preguntas escuetas del evangelio