Lectura Espiritual
Todo el secreto de la paz del corazón, del progreso de la vida espiritual está en el santo coraje de la oración. Y digo coraje porque sé cuánto cuesta abandonar los propios pensamientos, las propias reflexiones: esto pide cierta abnegación, renuncia.
Uno quiere reflexionar, tomar conciencia, y Dios, que nos ha puesto aquí abajo en un estado de fe, quiere que recemos. ¿En qué lugar del evangelio se nos habla de pensar, de razonar?
Y, en cambio, Nuestro Señor Jesucristo nos dice de todas las formas posibles: “Lanzad todas vuestras preocupaciones a Dios, lanzadlas -ésta es la palabra- lanzadlas a Dios”.
Orar es una cosa bien simple, pero es la más difícil, la más ahora. Dadme un alma de oración o, todavía mejor, dadme el alma más imperfecta; si esta alma se sabe lanzar a la oración, si sabe cambiar sus penas en oración, estoy tranquilo, ya tiene el lugar asignado en el cielo. En esta alma hay una disposición a la oración; entonces hay una gran disposición a adquirir grandes virtudes.
Todas las virtudes, todos los bienes están en la oración; sí, allí está la paciencia, allí está el celo, allí está la fuerza, allí está la paz, la vida mortificada, la vida sacrificada, la vida paciente y humilde; todo está allí. ¿Buscáis penitencias?… tomad esta: cuando querrías pensar, caed de rodillas y decid: “No pensaré, sino que rezaré”; aquí tenéis la cruz, el crucifijo de vuestro interior.
La naturaleza se revuelve porque hay momentos en que siente horror a la oración; pero, ¿tenemos necesidad de otro ejemplo que el de Jesucristo en el huerto de los Olivos? ¿Qué hace? Se prosterna con el rostro hasta el suelo y, reducido a la agonía, prolonga su oración…
Humillaos, perseverad como el Señor. ¿Os sentís agitados, perturbados, tenéis horror a la oración?; ¿hay que razonar?… Hay que caer de rodilla, con enojo, con desgana, hay que rezar a pesar de uno mismo.
¿Tenéis necesidad de refugio, de ánimo…? ¿dónde lo buscaréis? ¿En vuestros razonamientos?… Es aquí donde se introduce el diablo, donde la debilidad trabaja, es el taller de donde salen todas las faltas (…) Dejad todo eso, rezad, haced un esfuerzo, violentaros para salir de vosotros mismos.
Hace falta mucho coraje para cambiar en oración las propias impresiones; pero mirad de adquirir este hábito. Que se tiene un trabajo, hay que hacerlo por la oración. A veces, hay que hablar, escribir, y no sale nada; y no puedo hacer nada… rezaré, después lo haré y lo conseguiré…
Así pues, decíos de una vez: pase lo que pase, no me perderé en mis descorazonamientos y mis repliegues sobre mí mismo; cuando mi alma se sentirá agitada, tentada, abandonaré todos mis pensamientos para darme a la oración, como un perro se lanza a nadar, como un hombre corre para salvarse. Pero, ¿hacia dónde correr?… no lo penséis; decíos: voy a orar.
Así, cuándo os sintáis tentados de dejarlo todo, id a rezar. Per rezar es una fuerza, y no la tenemos; hay que rezar para saber rezar y decir como los Apóstoles al Señor: “¡Señor, enséñanos a rezar!”.
Jean Lafrange: La pregària del cor
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