Lectura espiritual
Al acabar este capítulo sobre el hombre que se encamina hacia la oración continua, quizás hay que subrayar la función del cuerpo en el nacimiento y el crecimiento de esta oración.
Ya hemos dicho que la oración de los labios, incluso si es pronunciada sin gusto, podía encender en el corazón una oración de fuego. Según el salmista, el justo medita y ora con su boca: “la boca del justo medita la sabiduría” (Sl 36:30); cosa que no deja de extrañar al occidental, que reza sobre todo con la cabeza.
Ahora sabemos mejor que se da una interacción entre el corazón y el espíritu y que ciertas actitudes corporales favorecen la oración o la hacen nacer. San Benito ya decía que los dos montantes de la escalera por la que el monge sube hacia Dios son el cuerpo y el espíritu.
Tocando a esto, querríamos señalar en la vida de santo Domingo un documento del “Codex Rosianum”, que empieza así: “Hay una manera de rezar según la cual el alma se sirve de los miembros del cuerpo a fin de dirigirse a Dios con más fervor de tal manera que el alma que anima el cuerpo es movida, a su turno, por ella y entra, a veces, en éxtasis como san Pablo, o bien en santos transportes como el profeta David. A propósito de esto hay que explicar lo que hacía santo Domingo que recorría a menudo a esta manera de orar”.
A continuación siguen las nueve maneras de orar de santo Domingo, ilustradas cada una con una viñeta de la biblioteca dominicana de Bolonia: la oración de las inclinaciones, la oración de las postraciones, la oración de la sangre, la oración de las miradas, la oración de las manos, la oración de la violencia, la oración de la imploración, la oración de intimidad, la oración contemplativa mientras se camina, y la oración de la noche (su última oración, el testamento).
Cada texto va acompañado de un gravado representando a santo Domingo en oración: prostrado, estirado con la cara en tierra, fijando los ojos en el crucifijo, con las manos extendidas sobre el pecho, con las manos abiertas y los brazos estirados en forma de cruz, con las manos juntas y bien estiradas por encima de la cabeza… Cada vez, una frase de la escritura nos deja adivinar la oración que le llena el corazón.
Es una manera simple y muy realista de orar y que está al abasto de los adoradores más humildes y que nos introduce en el secreto de la súplica.
Jean Lafrange: La oración del corazón
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