Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
LA HUMILLACIÓN
La verdad brilla en el dolor (Mt 27,27-31)
La flagelación de Jesús tiene todos los ingredientes propios de la tortura. El manso es arrestado a la fuerza. Se le despoja de la ropa para agravar la vejación y que su humillación quede expuesta. Se le pone un manto sobre sus hombros, una corona en la cabeza y una caña en la mano para hacer una parodia de su supuesta realeza. La soldadesca se arrodilla luego ante él y le saluda para sellar la burla. Todo es una gran puesta en escena cuyo propósito es ridiculizar la presunta identidad mesiánica del reo y acabar con sus fabulosas pretensiones.
Empieza la flagelación. La rabia que los soldados sienten contra sus opresores la vuelcan ahora sobre él, con inusitada saña. Casi se diría que disfrutan azotándolo. Que les gusta cumplir ese deber. Que se vengan en ese cuerpo indefenso de sus repetidas e infinitas frustraciones. Y se enardecían unos a otros. Estuvieron flagelándole incansables, tal y como nuestra mente nos flagela incansablemente a nosotros con permanentes reproches de todo tipo.
Si no se entiende la necesidad de volcar la agresividad humana de alguna forma, será difícil que pueda entenderse lo que sucede en la Pasión de Cristo, quien –en este instante y ya para siempre- se convierte en el arquetipo del dolor, el fracaso y la ignominia.
Lo preocupante no es sólo tener que morir a uno mismo, sino lo mucho que se ha de sufrir hasta que por fin se llega a esa muerte. En efecto, cuesta lo suyo marcharse de este mundo. Hay que pasar por incontables humillaciones corporales, torturas familiares, flagelaciones hospitalarias…
Toda flagelación es degradante, no sería tal si no se viviera de este modo. El encuentro con tu sombra te coloca en tu lugar, que es abajo. Y te recuerda que no se llega a la verdad sin dolor. La verdad es dolorosa, quizá porque en este mundo no existe el espacio que ella necesita para abrirse paso.
Como varón de dolores, Jesús es presentado ante Pilato, quien, a su vez, lo presenta, sin saberlo, a toda la humanidad: ¡Ecce Homo! Dice. ¡Aquí tenéis al hombre! (Jn 19,5). No hay que descartar que, por acostumbrado que estuviera a estos degradantes espectáculos, Pilato no quedara impresionado ante aquel ajusticiado que mantenía su dignidad en medio de su tormento. Por fin tenía ante sí al famoso Jesús de Nazaret, pero no sólo. Porque en él estaban –ara casi visible, todos los ajusticiados de la historia: los perseguidos, los capturados, los vejados por el destino o por el sistema… Claro que en esa figura se reflejaba también la impiedad de la violencia y, en fin, el poder del pecado, que devasta el corazón del hombre. Todo eso estaba ahí, la luz y la oscuridad en una misma figura, el mal y el bien más juntos que nunca: las descripciones de los sufrimientos de Cristo en su Pasión y muerte alimentan el horror y hielan la sangre.
Lo determinante desde un punto de vista espiritual y práctico es preguntarnos por nuestra disposición a abrazarnos a la columna a la que se amarra Jesús, donde se le azota. Esa columna es un claro preámbulo de la cruz. ¿Cómo permanecer en esa columna sin defendernos y, más radicalmente aún, cómo hacerlo sin desesperar? A veces es difícil o desesperar en la práctica de la contemplación. A veces es difícil no sustituirla en ocasiones con otras prácticas espirituales o devocionales menos crudas y severas. Se trata de no desesperar, de no claudicar, de no huir, de no limitarse a buscar soluciones y resolver. El punto crucial es cómo permanecer –cada cual en la columna que le haya tocado- con la máxima dignidad. Y cómo descubrir ahí, en esa perseverancia, que, en el núcleo del dolor, de cualquier dolor, está Cristo, que ya ha pasado por ahí y que lo ha redimido.
Pablo d’Ors, Biografía de la Luz
Debe estar conectado para enviar un comentario.