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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
LA TRAICIÓN (2)
Se desespera quien niega su fragilidad (Mt 26,21-25)
El traidor vive siempre a nuestro lado, en las inmediaciones, a menudo está ya dentro de nuestra casa. Parece insensato fiarse de nadie, sobre todo de uno mismo: ya nos conocemos, ya nos hemos visto en situaciones parecidas, ya sabemos lo que damos de sí. Esta cercanía del traidor es espantosa, puesto que mina la confianza natural que el ser humano tiene de entrada consigo mismo y con lo que le rodea.
Judas aparece en el huerto junto a una multitud armada. Siempre es así: el traidor no viene solo y desarmado (así llegan los valientes), sino camuflado entre la gente y con armas que le aseguren su poder. La desnudez, la simplicidad (Jesús solo entre los olivos), tiene que ver con la verdad. La mentira, en cambio, necesita ruido, gritos, muchedumbres, complejidad y caos. La mentira viene por la noche; la verdad se abre paso a la luz del día.
¿No podía Judas traicionar más que con un beso, haber escogido otra forma? No. Tenía que mostrar lo poco fiable que son los signos y gestos amorosos, en eso consiste precisamente la traición. Tenía que pervertir la expresión del afecto para que en adelante todo pudiese significar cualquier cosa, y quedase roto el vínculo entre lo que significa y el significado.
¿Qué has venido a hacer, amigo?, le dice Jesús a su discípulo tras su largo beso. Todavía le llama amigo cuando la traición ya se ha consumado. Todavía le da la oportunidad de retractarse con su pregunta ¿Con un beso me traicionas? Siempre traicionamos con un beso, es decir, vaciando las expresiones de su contenido. Al desconectar experiencia de expresión, se crea un cortocircuito. Y ya está sembrado el desengaño y la confusión.
La diferencia sustancial entre Judas y Simón Pedro es que el primero no fue capaz de llorar. También él, como su compañero, se dio cuenta de su terrible error, pero no entró a fondo en su fragilidad. No lo soportó. Tal fue la devastación que generó en él que, desesperado, corrió y se ahorcó. Ésta es la cuestión, que corre, es decir, que no se para, que no se toma su tiempo, que permite que el vértigo de los acontecimientos arrase con lo que queda de él.
Es posible que todos hayamos renegado alguna vez de nuestro maestro; o incluso de nuestros seres amados: padres, hermanos y amigos, hijos… Alguna vez -tampoco hay que excluirlo- les hemos maldecido. Pero no todos somos suicidas. Antes de sucumbir a un acto así, tan terrible, nos tomamos el tiempo para reflexionar y perdonar, en el mejor de los casos, o para rumiar lo sucedido y no ser capaces de perdonar, fraguando así la amargura y el rencor. La única salida a la desesperación es parar. Ver qué ha pasado. Ver dónde estamos y dónde nos conduce lo que hemos hecho o vivido, ver qué podemos hacer con ello para no ser un títere a su merced. Dar un paso atrás y observar.
Parar nos da la ocasión para no identificarnos con nuestras emociones y distanciarnos de lo sucedido, sea lo que sea. Distanciarse significa que dejo de estar poseído por lo de fuera, por espantoso o deslumbrante que haya podido ser o que dejo de estar poseído por lo de dentro, por honda que sea la herida o el gozo que ha dejado. De haberse concedido tiempo, Judas podría haber comprendido que había cometido una traición, pero eso no le convertía en un traidor. Podía arrepentirse. Podía incluso aspirar a un destino de santidad, como el resto de sus compañeros. Podía empezar de nuevo, pero no fue capaz y la noche se extendió en su alma como un manto, sus emociones liaron su mente hasta hacerle incapaz de ver salida.
Judas no escuchó el canto de ningún gallo. No tuvo ningún despertar. Su oscuridad no concluyó en la luz, sino en una oscuridad aún mayor. Decidió cerrar la puerta, si es que aquello fue en realidad una decisión. No esperó a que alguien que viniera en su ayuda. No pidió socorro. Se encerró en su tragedia. Y todo porque no pudo soportar su propia debilidad ni la de su maestro, a quien no resistió ver preso. La desesperación es la negación de la fragilidad. La iluminación, es la rendición de los límites. Cuando Jesús dice si quieres ser mi discípulo, toma tu cruz y sígueme, se refiere precisamente a esto. Toma tu debilidad y mírame, toma tu flaqueza y camina. No rechaces tu fracaso o tu dolor, sino aprende de él. Puedes vivir la debilidad, la flaqueza o el fracaso como una negación (al igual que Pedro), como una traición (al igual que Judas), o como una huida (tal y como la vivió Pilato). Esas oscuridades que vivimos -y este es el mensaje- pueden ser vividas como oscuridades definitivas o, por el contrario, como el camino más directo hacia la luz.
Pablo d’Ors, Biografía de la Luz
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