Lectura espiritual
LA FELICIDAD (1). Etapas del camino espiritual
BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU, porque de ellos es el Reino de los cielos. (Mt 5,3)
Tras llamar a sus discípulos, Jesús sube con ellos a una montaña. Lleva ya algún tiempo como profeta y curandero, pero él se sabe también maestro y, como tal, necesita y quiere ofrecer sus enseñanzas.
Como un nuevo Moisés, Jesús comienza entonces a pronunciar el llamado Sermón del Monte, que es algo así como su autorretrato: una detallada descripción de las distintas etapas de su propio camino espiritual (pobreza, llanto, mansedumbre, justicia, misericordia, pureza, paz, persecución, alegría). Las bienaventuranzas son también, por extensión, una descripción d sus discípulos y seguidores. Porque ellos son, al fin y al cabo -o al menos deberían ser-, los mansos, los puros, los alegres, los pacíficos… ellos son los llamados, en medio de las contradicciones de este mundo, a llevar adelante una biografía de la luz, planteada desde el principio como una inversión de los valores socialmente aceptados.
Al leer las bienaventuranzas como las nueve fases de un recorrido místico -cuya última meta es Dios mismo-, se constata cómo, cada una de ellas está trabada con la siguiente y con la anterior, y cómo todas juntas conforman un conjunto muy revelador. Sólo así, entendidas como un itinerario formativo o como un programa de vida, pueden entenderse en plenitud. Venid y lo veréis, había respondido Jesús a quienes querían seguirle. Ahora, a quienes han acudido, va a mostrarles adónde pretende conducirles.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. La primera bienaventuranza no sólo es la primera, sino la esencial: aquella en la que se resumen y condensan todas las demás. Según Jesús, son felices quienes no se apegan a las cosas, personas, ideas, creencias, proyectos, recuerdos… son de verdad felices quienes no viven desde la seguridad que todos estos bienes del mundo pueden proporcionar, sino desde la confianza en que cada día trae lo que se necesita y más. Esta confianza es la raíz de la felicidad.
No tener previsión para el día de mañana y vivir completamente inmerso en lo que traiga cada día es, desde luego, una disposición muy difícil. Como también lo es no agarrase a ningún planteamiento teórico ni a ninguna práctica concreta: a nuestra visión del mundo, por ejemplo, o a nuestro estilo de vida, a nuestra experiencia de Dios, a nuestros hábitos más arraigados… Porque todo eso forma parte de nosotros hasta tal punto que nos identificamos con ello, lo que significa que sentimos que la vida nos va en ese asunto, que ésa es nuestra identidad.
El vacío (ésta es la propuesta, aparentemente loca de Jesús) se erige aquí como la senda para la plenitud. Pero hay vacíos y vacíos, por supuesto; y algunos de ellos son tan oscuros y fríos que conducen a sentimientos cercanos a la desesperación.
En esta bienaventuranza de la pobreza puede resumirse, seguramente, todo el cristianismo. De ahí que se haya escrito tanto sobre sus posibles significados.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)
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