Lectura Espiritual
María Egipciaca era una damisela de Alejandría, célebre por su pasión y su belleza. Un día sintió la inspiración de ir a visitar un hombre de Dios y preguntarle si ella podía salvarse. A lo cual le respondió: abandona todo. Ve a la soledad y repite solamente estas palabras: “Oh Tú, que me has creado, ten compasión de mí”. Hizo tal como le dijo, oró constantemente, siempre con las mismas palabras, la misma plegaria. Después de muchos años se hizo tan pura como una llama, y los ángeles la llevaron a Dios.
Aquellas palabras no fueron solamente una plegaria, y más que un rezo, fueron una fuerza; en su grandeza de ánimo, esta mujer les infundió la posibilidad de actuar sobre ella misma y transformarla. (Romano Guardini).
No goza lo repetitivo de buen cartel en la civilización tecnológica. En influjos de dispositivos electrónicos lo que resulta atrayente es la novedad. Algo ya visto es inmediatamente sustituido por lo siguiente, de modo que aquello inmediato anterior se perderá irremisiblemente en el olvido. ¿Qué sentido tiene entonces traer a mi mente, a mi corazón o a mis labios, una plegaria que no haga sino reiterar un mismo vocablo, idéntica frase?
Sin embargo, para concentrar y pacificar el espíritu a fin de mantenerlo libre del flujo inconsistente, es útil la repetición de un vocablo o de una breve fórmula. No se trata de un mantra que se disuelve en el Todo anónimo, sino una palabra dirigida a Alguien. Repetir una brece fórmula nos introduce en un rítmico compás que aviva el recuerdo de Dios.
La repetición puede ser, es verdad, algo mecánico, rutinario. Pero al tiempo nos abre la puerta a una enorme oportunidad, pues inscribe el amor en la duración. La vida espiritual ha de ir convirtiéndose más y más en el elemento esencial de nuestra existencia, y el recurso a frases breves, aprendidas de memoria, tiene la virtud de ir colmando los huecos que se abren entre una práctica de piedad y otra. En la antigüedad cristiana, por ejemplo, tal convicción se manifestaba en la utilización característica de fragmentos de salmos convertidos en “oración jaculatoria” -de la palabra latina iaculum, dardo-, casi siempre como expresiones brevísimas que podían ser “lanzadas” al modo de flechas incendiarias, por ejemplo contra las tentaciones o las confusiones mentales. Juan Casiano, escritor de los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes habían descubierto la eficacia extraordinaria del íncipit del salmo 69: Dios mío, ven en mi auxilio; date prisa, Señor, en socorrerme.
La oración repetitiva recuerda nuestra natural indigencia. Nos vuelve al estado de niños, que siempre desean oír las mismas historias y repetir idénticos sones. Al modo de las obras de Dios, que son siempre una novedad, porque son únicas e irrepetibles. Como aquel encargado de ir cada mañana a la base meteorológica para tomar siempre los mismos datos: temperatura máxima y mínima, dirección del viento, precipitación pluvial, etc. Cuando le preguntaban: “¿lo mismo de ayer?”, respondía: “lo mismo de ayer, pero hoy distinto”. Efectivamente, todos los días son distintos, y cada día puede ser mejor que el anterior.
Ricardo Sada
Consejos para la oración mental
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