Domingo IV de Adviento / C / 2018

 

 

Palabra de Dios

 

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura espiritual

El secreto de la paz del corazón, del progreso en la vida espiritual está en el coraje de la oración. Y digo coraje porque sé cómo cuesta abandonar los propios pensamientos, las propias reflexiones: esto, ciertamente pide abnegación, renuncia.

Uno quiere reflexionar, entender, y Dios, que nos ha puesto aquí abajo en un estado de fe, quiere que recemos. ¿En qué lugar del evangelio se nos habla de pensar, de razonar?

Y, en cambio, Nuestro Señor Jesucristo nos dice de todas las formas posibles: “Arrojad todas vuestras preocupaciones a Dios, lanzadlas -esta es la palabra- lanzadlas a Dios”. Rezar es una cosa simple, pero es la más difícil. Dadme un alma de oración o, todavía mejor, dadme el alma más imperfecta; si esta alma se sabe lanzar a la oración, si sabe cambiar sus penas en oración, estoy tranquilo, ya tiene el lugar asignado en el cielo.

En esta alma hay una disposición a la oración; hay pues, una disposición a adquirir grandes virtudes. Todas las virtudes, todos los bienes están en la oración; sí, allí está la paciencia, allí está el celo, allí está la lucha, allí está la fuerza, allí está la paz, la vida mortificada, la vida sacrificada, la vida paciente y humilde; todo está allí.  ¿Buscáis penitencias?… Tomad ésta: cuando querríais pensar, caed de rodillas y decid: “No pensaré sino que rezaré”; aquí tenéis la cruz, el crucifijo de vuestro interior.

La naturaleza se rebela porque hay momentos que siente horror a la oración; pero, ¿tenemos necesidad de otro ejemplo que el de Jesús en el huerto de los Olivos? ¿Qué hace? Se prosterna con el rostro en tierra y, reducido a agonía, prolonga su oración… Humillaos, perseverad como Jesucristo. ¿Os sentís agitados, perturbados, tenéis horror a la oración; hay que razonar?… No, hay que caer de rodillas, con enojo, desgana, rezar en contra de los deseos de uno mismo.

¿Tenéis necesidad de refugio, de aliento?… ¿Dónde lo buscaríais? ¿En vuestros razonamientos?… Es aquí donde se introduce el diablo, donde la debilidad trabaja, es el taller de donde salen todas las faltas. (…) Dejad todo esto, rezad, haced un esfuerzo, violentaos para salir de vosotros mismos.

Hace falta mucho coraje para cambiar en oración las propias impresiones; ahora bien, mirad de adquirir este hábito. Cuando se tiene un trabajo, hay que hacerlo por la oración.

A veces se ha de hablar, se ha de escribir, y no sale nada; y no puedo hacer nada… rezaré, y después lo haré y lo conseguiré… Decíos de una vez: pase lo que pase, no me perderé en mis descorazonamientos y en los plegamientos sobre mí mismo; cuando el alma se sentirá agitada, tentada, enseguida dejaré correr mis pensamientos para darme a la oración, como un perro se lanza a nadar, como el hombre corre para salvarse.

Jean Lafrange: La oración del corazón