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Lectura espiritual
San Juan Crisóstomo dice que cuando el hombre recibe el bautismo es iluminado por la oración, y si la recibe siendo adulto, se resiente de esta iluminación, la cual se oculta enseguida en el subconsciente.
El cristiano ha de acoger y hacer resurgir en una conciencia existencial esta gracia bautismal que, en cierta manera, permanece enterrada en las profundidades de su existencia corporal. Parecido a como una fuente escondida alimenta un estanque. ¿No es esto lo que explica en nuestra vida, estas “olas de oración” que suben a nuestra conciencia clara, en el momento en que menos pensamos y cuando, aparentemente, no rezamos de una manera consciente?
Hay santidad en las profundidades de nuestro ser corporal que está saturado de santidad porque está injertado en el cuerpo deificante de Cristo. En cambio es nuestra alma la que está loca, se prostituye y se adultera (cuando deviene adulta), es ella la que ha de ser retornada.
La invocación del nombre de Jesús retorna incesantemente nuestra alma a su envoltorio, a su realidad corporal, en el abismo del corazón donde vive Jesús, el Señor. Como dijo Jesús, hay que convertirse para volver a ser un niño nacido del agua y del Espíritu.
El cristiano vive a menudo como un autómata o un durmiente y olvida su corazón de oración. Ha de tomar conciencia de la gracia bautismal, ya que es allí donde se esconde la fuente de su oración.
No me gusta mucho la expresión “formar para la oración”. No podemos dar una forma, meter en un molde preestablecido, ni tampoco enseñar una “buena técnica de oración” sino permitir que el “germen de la oración” que existe en todo bautizado, y en todo hombre, se despliegue.
Es verdad que hay caminos por donde otros han pasado y unas constantes en la pedagogía de Dios hacia nosotros. I es interesante conocerlos. Pero no podemos empezar a comprender verdaderamente estos caminos y sus constantes si no tenemos un poco de experiencia.
Así como no se puede decir que enseñamos a otro a alegrarse, o amar, o a llorar, menos le podemos decir que le enseñamos a orar. La oración procede de un instinto que hay en nosotros. No lo podemos fabricar. Solo lo podemos seguir. Hay que aprender a dejar hablar en uno mismo la vida trinitaria como un hijo aprende naturalmente a decir “papá” a aquel que le ha dado la vida.
La oración, sin duda, se aprende, pero como uno aprende a respirar, a beber, a comer, a caminar. Hay que dejar hablar en uno la vida divina.
Miremos más de cerca este movimiento de retorno al centro del ser para descubrir nuestro corazón de oración. Es un movimiento de retorno al centro de nosotros mismos para encontrar a Dios presente y actuante. No se trata de contemplarse en un saboreo narcisista del “yo”, sino de reencontrar la acción de Dios en el corazón de nuestra vida.
Jean Lafrange: La oración del corazón
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