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Immaculada Concepció de Maria / A / 2019

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Lectura Espiritual

Hagamos una prueba. Lleguemos a orar en blanco. Arriesguémonos a perder ratos de oración sin llevar nosotros la iniciativa, el control de su desarrollo. Digámosle: “Vengo a tratar de lo que Tú quieras; dime lo que te plazca, mi actitud es la del profeta: habla, Señor, que tu siervo escucha”. Y no pensemos que será alguna vez aislada aquella en la que Dios se digne comunicarse con nosotros, sino que su interpelación será más continua que la que tenía con sus Apóstoles en la convivencia cotidiana.

Entonces nuestra vida se llenará de dicha e inmensa seguridad: tenemos Dueño, tenemos Guía, tenemos Maestro. No llevamos nosotros el timón del barco. Somos conducidos en cada instante por una Voluntad que acertará a meternos por senderos de eternidad. Ya no sabremos vivir de otra manera, porque nuestra indigencia habrá quedado colmada por su infinitud.

La experiencia de Luigi Guissani podría ser también la nuestra. Decía el fundador de Comunión y Liberación: “Recuerdo que en una pequeña imagen del Cristo de Carraci, que tenía delante de mi mesa de estudio, había escrita una frase de Möhler, el gran teólogo alemán del ochocientos: ‘Yo pienso que no podría seguir viviendo si no lo pudiera seguir escuchando’. Los años sucesivos no hice otra cosa que profundizar y dilatar la persuasión de aquella afirmación de Möhler” ojalá nos ocurra lo mismo: no ser capaces de vivir, ni decidir, ni dar un solo paso si no es porque antes lo hemos escuchado a Él.

Sin embargo, es bueno considerar que, en el respeto a nuestra libertad, las respuestas de Dios no se imponen con violencia. Señor de toda cortesía, espera que captemos al vuelo sus insinuaciones, respondiéndolas prontamente. No avasalla, no conduce las almas a empellones. Dios es finura y suavidad, discreción y respeto: “Cree en todo lo que Dios te susurra en tu corazón”, recomendaba la beata australiana Mary McKillop.

Dios, a base de susurros, logra conducirnos a nuestro fin respetando delicadamente nuestra libertad. Por eso la frecuencia de sus comunicaciones y lo leve de su comunicar nos inclinan a no desaprovechar ninguna de sus luces.

Estamos invitados entonces a fijarlas no solo en la memoria -que no será siempre un aliado seguro-, sino también en el papel. Con el transcurrir de los meses y los años comprobaremos la reiterada intervención de Dios en nuestro mundo interior. La oración de escucha, la acogida de esa Presencia y de esa voz, acabarán constituyendo un tesoro al que podremos recurrir una y otra vez para estrechar los lazos que nos unen al Señor.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental

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