XXIX Domingo tiempo ordinario / A / 2020

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 


Lectura Espiritu
al

Ciertas personas desarrollan una vida de intimidad con María por gracia especial; una especie de don de presencia habitual de Ella, análogo al don de presencia habitual de Dios. María los toma bajo su continuo amparo, igual una madre que no acierta a separarse de su hijo pequeño. Se trata de un amor muy tierno que abrasa y unifica, conduce al que ama a María a vivir en Ella, a fundirse con Ella, a unirse a Ella. María se constituye como medio universal, como atmósfera de su vida interior.

Esas almas privilegiadas no son conscientes de ninguna de las gracias de Dios sin ser conscientes al mismo tiempo de la vía por las que estas llegan. Adán de Perseigne fue una de esas almas privilegiadas. En su Mariale, explica cuál es la parte que corresponde a María en la vida espiritual: ha de desenvolverse toda ella bajo la mirada de María, bajo su dirección y también, de algún modo, en su corazón. La admirable novedad –mira novitatis- consiste en la participación de los fieles en la niñez de Jesús, es decir, en tener -en Cristo- a María como madre verdadera i cercanísima. Del mismo modo que el niño Jesús tuvo que ser alimentado por la leche de su Madre, así también nosotros, párvulos en los ámbitos de la vida espiritual, debemos nutrirnos de Ella, que nos da la leche de  la “gracia actual”. Unir nuestra pobreza e impotencia a la pobreza e impotencia de Cristo niño, abandonándonos a su Madre que es también realmente la nuestra. El mismo amor que Ella prodigó al pequeño e indefenso Jesús nos lo prodiga  nosotros.

Realmente es consoladora esta mira novitatis. María es la mamá, mucho más que la de la tierra. María tiene entonces una solicitud y una cercanía más atenta y dedicada que la de la mejor mamá con su pequeño. Pidamos experimentar esta maravillosa novedad, por si no lo hubiéramos descubierto. Todo se volverá sumamente sencillo en nuestra vida.

Cuando niño, Maximiliano Kolbe recibió una visita de María que lo marcó para siempre. Ella le ofreció dos coronas, una blanca y otra roja: el niño eligió las dos, la de la pureza y la del martirio. Desde entonces no pudo vivir sino en la Inmaculada y para la Inmaculada. Decía: “Nuestra santificación depende de Ella: es su especialidad”. A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de su Madre. No porque acumule devociones, sino porque se abandona en un regazo.

Un día que su hermano menor, Joseph, había estado largo rato acompañando al Santísimo, Maximiliano lo felicitó por “la compañía que había hecho a la Virgen”. Lo llamaba “el loco de María”.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental