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Santísima Trinidad / B / 2018

 

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Lectura espiritual

 

¿Cómo será esto? (Lc 1,34)

“María encinta de Dios, caminando por los montes de Judea, es la imagen más poderosa que el evangelio nos proporciona sobre el sentido y el fin de nuestra vida. Es una metáfora prodigiosa. Estar grávidos de Dios, grávidos de luz, significa vivir en su presencia. No es preciso que piense siempre en Dios, ya está dentro de mí, como un hijo en la madre. ‘Experimento, creciente, una especie de certeza interior: que existe en mí un depósito de oro puro que entregar’” (Simone Weil).

Nosotros vamos por el mundo con el vientre grávido de luz, grávidos de amor. El vientre, es decir, no solo el alma, sino toda la persona. “Bendito sea este nuestro cuerpo, despreciado tan a menudo, hasta el punto de hacerlo entristecer y enfermar. Bendito sea este cuerpo, su vigor, su belleza, su capacidad de amar y dar la vida. (Marina Marcolini).

Meister Eckhart escribe que toda la escritura sagrada y toda la historia de Cristo tiene un solo fin: hacernos ver a Dios en nosotros. “Todos están llamados a ser madres de Dios. Porque Dios necesita venir siempre al mundo”.

Entonces santa María tiene mucho que enseñar. Sin el cuerpo de María el evangelio pierde cuerpo. Orígenes sostiene (In Exodum X, III) que la imagen más plástica y poderosa del cristiano es la de una mujer encinta que camina llevando entre la gente una vida nueva. Todo creyente pasa por el mundo como santa María, ferens Verbum.

La Virgen encinta es el retrato más nítido y limpio del creyente. Cada uno es el cielo de Dios; cada uno vive dos vidas: la propia y la de Dios; cada uno pasa por el mundo como un ostensorio del que irradia luz.

“Vi en el cielo un signo grande: una mujer vestida de sol que estaba para dar a luz, y el dragón a sus pies” (cf Ap 12,1-4). La imagen del Apocalipsis nos representa a todos: a la Iglesia entera, a cada creyente, a santa María; resume nuestro triple destino: ser testigos de la luz, portadores de vida y beligerantes contra el mal.

No hace falta que hable la mujer encinta, su estado es evidente para todos. Por tanto, no son las palabras o las reivindicaciones de las raíces cristianas las que dicen que yo llevo a Dios en mí, que nosotros estamos grávidos de Dios, grávidos de luz (Marina Marcolini), sino la elocuencia de la vida. Dios no se demuestra, se muestra.

Como ella, madre muda del Verbo silencioso, entre el Magnificat y Belén, el tiempo más sagrado de una mujer.

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio

 

 

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