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Domingo XXIV tiempo ordinario / B / 2018

 

 

Palabra de Dios

 

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura espiritual

…”No lo conozco, mujer” […] “…no lo soy” […] “…no sé de qué me hablas” […] El Señor, volviéndose, miró a Pedro, [y éste], saliendo fuera, lloró amargamente. (Lc 22,57-62).

 No se trata forzosamente de un derramamiento de lágrimas sino de aquella suavidad que viene del corazón y que hace brillar la mirada.

Tal como dice Olivier Clément, nos hemos convertido en una civilización que ya no llora y por eso hoy día todo el mundo grita tanto. Los jóvenes gritan como si quisieran liberar en ellos los gemidos del Espíritu encarcelado en su corazón de piedra.

Hay que reencontrar la posibilidad de hacer brotar en nosotros, por las lágrimas, el agua del bautismo, de disolver en el agua de las lágrimas la piedra de nuestro corazón para que nuestro corazón de piedra se vuelva un corazón de carne.

Y estas lágrimas son primeramente lágrimas de penitencia, lágrimas de pensamiento de la muerte, cuando tomamos conciencia de ser responsables de esta separación.

Todos nosotros hemos hecho ya esta experiencia, aquellos días que somos verdaderamente felices porque nos sentimos amados y realizamos una buena obra.

Sin embargo, de repente, en el corazón mismo de aquella felicidad, experimentamos un gusto de ceniza y de muerte porque sentimos profundamente que todo esto se acabará. Diría que es esto hacer la experiencia del pensamiento de la muerte.

En la bienaventuranza de las lágrimas, el pensamiento de la muerte se transforma en pensamiento de Dios.

Poco a poco, por la humildad, la confianza y el pensamiento de Dios, las lágrimas de arrepentimiento se transforman en lágrimas de admiración, de gratitud y de júbilo.

San Juan Clímaco decía: “La fuente de las lágrimas, después del bautismo, es algo todavía más grande que el bautismo. Aquel que se reviste de las lágrimas como de un vestido de boda ha percibido la bienaventurada sonrisa del alma”.

Es en este movimiento de conversión que se habla de “teología negativa”: “¡Oh Tú, el más allá de todo!”. Se tiene la certeza de que no podemos comprender a Dios con imágenes y conceptos, más allá de la palabra Dios.

Y esa teología nos dice: “así pues, arrepentiros. Ante el Inaccesible solo podéis tener una actitud: el temblor  [el temor de Dios] que se convierte en arrepentimiento, adoración, celebración.

Jean Lafrange: La oración del corazón

 

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