La segunda tarde me encontré frente a un hombre con rostro amable y sonriente y su hijo adolescente; estaban interesados en adquirir una gran foto enmarcada de los Rolling Stones y una pintura que les parecía interesante. Por un comentario que hizo el hombre intuí que podía ser oncólogo, di en la diana y ahí se estableció una comunicación fluida y para mí emocionante, he pasado por el cáncer. Tras la conversación se llevaron la fotografía y el cuadro. Al día siguiente volvieron y charlamos de nuevo. El oncólogo me dijo que había estado leyendo por internet sobre La Asociación Oncológica Dr. Amadeu Pelegrí con sede en Salou y que estaba dispuesto a venir desde la Clínica Universitaria de Pamplona a dar una conferencia , sin cargos, cuando se lo pidiésemos. Intercambiamos tarjetas y direcciones de correo electrónico y después de que todavía se llevasen algo nos despedimos como unos amigos lo hacen y con la convicción de que nos volveremos a ver. Fue un encuentro feliz que dejó una sonrisa en mi corazón.
También se me ha quedado grabada la imagen de una pareja joven, con dos hermanas adolescentes y que entre todos llevaban un montón de libros bien encuadernados, un total de veintidós, que habían cogido de las estanterías. Recuerdo que les dije: “¿os habéis fijado que todos ellos son de vidas de santos?” Y lo que me contestaron me dejó pensativa: “ Sí, por eso los compramos, porque son buenos libros”. La verdad es que dada la situación no es nada frecuente entre nosotros encontrarse con jóvenes que buscan este tipo de lecturas. Al día siguiente atendí a una pareja que se dio a conocer como los padres de los jóvenes. Al hablar con ellos pude ver la calidad de personas que eran y la semilla que habían plantado en sus siete hijos y de la que ahora recogían los frutos. Envidiable.
Lo que escribo a continuación dejó paralizadas a muchas de las personas que se encontraban en la sala. Algunas tuvieron que salir, otras desviaban la mirada. Entró una mujer con tres hijas dos blancas y biológicas y una negra adoptada. Mientras miraban la bisutería entró un hombre con una niñita negra, de unos dos años, y se añadieron al grupo. Cuando la niña se dio la vuelta vi una cabecita completamente deforme, indescriptible, una frente protuberante de más de diez centímetros hacia delante, un rostro al que costaba mirar sin sentir una gran compasión. Era como si le faltase parte de la cara y de una mejilla le salían un par de dientes pertenecientes a una boca retorcida. Los ojos a distinta altura y de tamaño diferente, el corazón me dio un vuelco. Nunca había visto algo parecido. Me acerqué al hombre y le pregunté cómo se llamaba la pequeña, “Precious” era su nombre, el corazón me dio un segundo vuelco. Superficialmente parecía una ironía pero quizá en esencia la niña era así “preciosa” y sobre todo “amada”. Me agaché y le canté algo infantil a Precious que se puso a reír. Hablé con la madre y me explicó que la había sacado de un orfelinato en Nigeria con un programa de acogida para ver qué se podía hacer con ella en Europa para mejorar su deformidad facial. Tras tres operaciones y con otras programadas incluso en USA, para lo cual necesita recoger dinero, la ha adoptado y ha pasado a ser hija suya también. Me pareció un acto de amor tan grande y admirable… Luego he podido saber algo más sobre esta historia verdaderamente impresionante. Según la madre, Precious es un encanto de niña, todavía no habla pero entiende las órdenes y es alegre y obediente. No sé qué futuro puede tener esta niñita, pero la fuerza y el amor de su madre seguro que obra milagros. Y siguiendo el hilo de Precious, precisamente en julio había leído una novela titulada “Wonder” en inglés, que significa “maravilla” o “milagro”. Versa sobre la vida de un niño de diez años con una gran deformidad en el rostro, contada por él, cómo se ve y se siente, y contada así mismo por su familia y los que le rodean. Altamente recomendable. Cuando vi a Precious tenía todavía muy fresco lo que había leído, existía un paralelismo y eso me ayudó a abordar a la niña y a la madre con una aparente naturalidad que sin duda escondía sentimientos y emociones muy fuertes.
Otra imagen que guardo en mi retina es la de una abuelita ya muy mayor y encorvada que venía todas las tardes por la sala con su nieto de unos ocho años y que aconsejada por él compraba pequeñas cosillas para otros nietos y nietas. Iban de la mano y el niño trataba a su abuela con mucho cariño, era algo tierno.
En fin, estas son solamente algunas de las anécdotas recogidas durante la semana que ha durado el rastrillo. También sé que hubo alguna cosa fea pero de esas ya ni me acuerdo ni quiero acordarme. Una vez más pienso que en cualquier acontecimiento o actividad de nuestras vidas existe un factor humano muy importante al margen de los objetivos propiamente dichos. El rastrillo tuvo lugar gracias a personas generosas que donaron, iba destinado a otros seres humanos que sufren por la carencia de lo más básico, por medio actuaron otras gentes que se solidarizaron comprando y ayudando, y simultáneamente hubo personas de las que pudimos aprender y que sin intentarlo nos dieron grandes lecciones de amor. Gracias infinitas a todas ellas.