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XXXII Domingo tiempo ordinario / C / 2022

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Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA ORLA DEL MANTO (Mc 5,21-43)                   

La mística necesita poesía                                             

Jesús es llamado por uno de los jefes de la sinagoga y, mientras va de camino para atender a su hija moribunda, le aborda una enferma de flujos de sangre, quien consigue curarse sólo con tocarlo. No es precisa la mediación de la mente: cuerpo y espíritu se bastan para sembrar el bien.

No parece bastar con la palabra, para sanar necesitamos también el contacto corporal. El dolor nos separa -es cierto-, pero las manos que acarician o abrazan salvan o atenúan esa separación. El dolor aísla, pero el contacto humano acerca a quien la enfermedad ha dejado aislado.

La orla del manto es una necesidad del corazón humano. Todos necesitamos de alguna orla del manto que nos evoque el manto entero y, sobre todo, a quien lo viste. Sólo los espíritus zafios y groseros rechazan las orlas de los mantos de las que nos servimos los buscadores del Absoluto, arguyendo que eso sólo son formas y que lo que interesa es ir al fondo.

Por supuesto que el culto que Dios quiere es en espíritu y verdad, más allá por tanto de un templo u otro, o de rituales o prácticas determinadas. Pero necesitamos a Jesús para llegar a Cristo, necesitamos de la poesía para llegar a la mística. La cuestión aquí es cómo no quedarse en la orla del manto, como no sucumbir a la idolatría.

Al jefe de la sinagoga se le ruega que no moleste más al maestro, pues su hija ya ha fallecido. No hay nada que hacer -le dicen, poniéndole la mano en el hombro, para aliviarle de su pena-. El combate ha terminado, final de partida, deja el médico en paz.

Decimos frases parecidas cuando alguien es desahuciado o cuando acaba de fallecer. Sin embargo, ¿quién podría esperar que el ciego de nacimiento pudiera volver a ver?; ¿o que el paralítico de Betesda llegaría a levantarse y caminar?; ¿o que el loco del cementerio de Gerasa era, después de todo, un hombre guapo y juicioso, capaz de hablar con sensatez?

Siempre cabe esperar y esperar hasta el final. Pero ese final -y esto es aquí lo importante- no es la muerte, sino un paso más allá. Jesús sabe que la muerte ha sido vencida y por eso habla de dormición. Ni siquiera lo que parece para siempre en este mundo, lo es verdaderamente.

Talita Qum, levántate: esta es la orden que Jesús nos da también a nosotros, a menudo abatidos por el exceso e trabajo, o por nuestros vaivenes emocionales, o por la preocupación por el futuro. También a nosotros nos advierte: no estás muerto, solo dormido; sal de tu pequeño mundo y despierta.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz

 

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