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XXVIII DOMINGO tiempo ordinario / C / 2022

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LA PISCINA DE BETESDA                   

Levántate, toma tu camilla y anda                                             

Levantarse: no andar siempre arrastrándose. Tomar la camilla: no olvidarse de lo que hemos sido, aprender la lección. Andar: dirigirse a un horizonte.

Lo primero es ponerse en marcha. Nada puede empezar si nosotros no lo empezamos. Tomar la camilla es lo segundo, es decir, digerir lo vivido. Asimilarlo. Hacerlo nuestro. Lo tercero es caminar, tener una meta o una orientación, buscar algo, intentarlo. Es el presente (levántate), el pasado (toma tu camilla) y el futuro (y anda).

Claro que todo esto tiene consecuencias. Este episodio concluye con la incomprensión y crítica de los mezquinos quienes, en lugar de alegrarse con quien se ha recuperado, siembran dudas y ponen objeciones. El sábado no es ninguna tontería, pero si su absolutización: la ley por la ley, el no mirar las personas. Porque la ley no está hecha para cumplirse, sino para ayudar a las personas. Esto hay que recordarlo continuamente. No te está permitido llevar tu camilla: no avances con lo que eres hacia el mañana, quédate donde estás, no cambies. El fariseo que dice todo esto lo tenemos bien dentro. Somos los únicos responsables de nuestra parálisis vital.

Al maestro se acude para que nos ayude a meternos en la piscina, aunque a esa piscina debemos meternos luego cada uno nosotros mismos. La función del maestro es removernos por dentro: poner en circulación el agua que somos y que se ha quedado estancada. Mi maestro interior me dice: ¡empieza! Todo, o casi todo, está en empezar. Así es también en la práctica del silencio contemplativo.

Nosotros quisiéramos empezar, pero dejándolo todo atrás: pasando página y olvidándonos del resto. Pero no. El maestro dice: Carga con tu camilla, no te olvides de lo que eres, no prescindas de tu cruz. Llévatela, para que mientras caminas te enseñe lo que te tenga que enseñar. Esa camilla, esa cruz, es pesada, nadie lo niega; pero sin ella, el camino que recorres deja de ser el tuyo.

Y ponte a andar, es decir, que además de empezar es preciso continuar. Todos los caminos se hacen así: empezando, cargando con lo que uno es y recorriendo un trecho, con independencia de que luzca el sol o esté nublado.

El problema es la camilla. A menudo nos agarramos a nuestras camillas para evitar tener que hacer frente al sinfín de desafíos que la vida nos presenta. Porque en la camilla, después de todo, hay que reconocer que no se está tan mal. Desde es camilla -sea la que sea- siempre podemos decir que el mundo ha sido injusto con nosotros.

La disyuntiva que la vida nos presenta es siempre clara y se podría formular en estos términos: la camilla o la piscina. Es la encrucijada permanente. Por eso, las principales tentaciones que padecemos son la distracción, la indolencia y la inconstancia, por ese orden. Distracción: estar en todo y en nada: no comprometerse. Indolencia: saber que se ha de actuar, pero, por pereza, no hacerlo. Inconstancia: emprender, pero abandonar. Tres pecados básicos: no ver, ver y no querer, querer y abandonar.

Si no te purificas, te quedas paralítico, así de sencillo. No se puede creer en el espíritu sin dejar la tumbona. ¡Levántate de la tumbona y anda! Dijo Jesús al hombre que se encontró en aquel balneario, holgazaneando y viviendo a costa de los demás.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz

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