Butlletí Full Parroquial |
Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
LA HIGUERA DE NATANAEL (Jn 1,47-51))
Quien vive en la verdad, deja de buscar
Una persona de verdad. ¿De quién podemos decir algo así? ¿Qué nos puede faltar a nosotros para ser personas de verdad? Es probable que la mayoría de nosotros seamos de mentira, es decir, volubles, inconsistentes, incoherentes, poco fiables… no hemos sido conquistados por algo sólido sobre lo que construir nuestro propio edificio vital. Una persona de verdad, en cambio, sabe que sólo la verdad (que no existe sin amor) puede ser el fundamento para construir lo que llamamos persona. ¿Y qué es la verdad? La verdad es la vida. Quien vive en la verdad, ya no busca nada. Se limita a entregarse con normalidad -sin agobios- y a recibir lo que se le ofrece.
¿De qué me conoces?, ¿Cómo sabes que soy de verdad? ¿Es que es visible, de algún modo, lo que somos? ¿Basta vernos para conocer nuestra vida interior? La verdad está a ojos vista, es nuestra ceguera lo que nos impide verla. Todo revela lo que es si quien lo mira es realmente quien debe ser. Quien está en la verdad, por otra parte, no sólo reconoce la verdad, sino también la mentira, aunque la mentira tiene doblez y se oculta. La verdad está siempre a la luz para que todos la vean.
El reconocimiento de Jesús despierta el reconocimiento de Natanael: veo que eres el hijo de Dios, el rey de Israel, le dice. Reconocemos cuando somos reconocidos, damos lo que recibimos. Cuando te colocan en tu Has de ver cosas mayores. Cuando estamos bien, empezamos a ver que todo está bien. En el mundo siempre hay más bien, a la espera que alguien lo reconozca. No está en absoluto terminado o cerrado todo lo que se puede hacer; siempre cabe que el cielo siga abriéndose ante nuestros ojos y que nosotros lo veamos aún con mayor profundidad.
¿Y qué veremos? A los ángeles de Dios subir y bajar sobre la humanidad, es decir, energía trabajando gozosa e incansablemente en favor de las personas. Si abrimos las puertas de nuestra percepción, si cumplimos con nuestro destino de ser apertura, descubriremos esa multitud de ángeles, esa energía (divina) que puebla y sostiene el mundo y que lo mueve sutil y maravillosamente.
Nuestra conciencia reconoce bien qué es la verdad. Todo, sin excepción -en especial lo cotidiano- puede ser, para quien tiene el corazón y los ojos abiertos, una puerta para entrar en ese mundo del espíritu que normalmente no vemos. La verdad puede verse en una gota que cae, en un pájaro que se posa, en una campana que suena… la verdad puede distinguirse con toda nitidez, sin la menor duda. La verdad se caracteriza precisamente porque no viene mezclada con las dudas. Es incontestable, diáfana, rotunda… Las dudas pertenecen a la mente; la verdad, en cambio, al espíritu.
¿De qué me conoces? ¿Cómo conocemos la verdad? La respuesta no puede ser más simple: porque se presenta, porque está ante nuestros ojos, porque la tenemos dentro y eso nos permite reconocerla fuera. Conocer la verdad que somos es ver nuestra naturaleza original o nuestra chispa divina.
El criterio para saber que estás ante una verdad es si te abre a una verdad mayor. La verdad nunca está cerrada, más bien es una puerta: una puerta abierta para asomarse y ver -maravillado y agradecido- cómo danza la realidad, haciendo que todo se conjure para tu bien.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz