Lectura Espiritual
¿De quién se dice que está enamorado? De quien une el amor racional al amor sensible, es decir, el que no separa el ágape del eros. Sería triste, muy triste, que nuestro modo de orar, nuestro modo de acoger la presencia del Señor, estuviera dictado tan solo por el amor racional, relegando o reprimiendo el amor sensitivo.
La oración es diálogo, pero no de negocios, ni de especulación, ni de formalidad, ni de debate. Conversaciones de enamorados ̶ dice el beato Álvaro ̶ , y que son así ̶ enamorados ̶ porque están movidos por la voluntad y también por el sentimiento.
Para orar hemos de tener, sin miedo, las disposiciones de aquellos que, en el amor humano, se dicen enamorados; aquellos que han unido el apetito racional a la pasión del amor.
En este punto podríamos encontrar un riesgo, surgido de la secularización del concepto del amor. La secularización del concepto del amor en la sociedad contemporánea ha separado el eros del ágape, es decir, el amor de emoción, de atracción, de efluvios y de pasión, del amor de donación, de sacrificio, de muerte al yo.
Parecería que el amor, al menos el amor humano como comúnmente se entiende ̶ el amor de novios, de esposos, el amor romántico ̶ , nada tiene que ver con Dios. Pero eso es un desenfoque, de consecuencias funestas, también en la Iglesia.
Para el hombre mundano, el amor es eros sin ágape. El mundano reduce el amor al placer, y lo entiende solo como amor pasional. Es el único modo de amor que comprende. Pero en la Iglesia el peligro es inverso: limitar el amor al mero ágape, separándolo del eros. Aparece entonces el amor frío, casi inhumano, al modo de las lámparas de neón que dan luz pero que no son acogedoras. Iluminan, pero su claridad es fría.
En el mundo, el amor mal entendido es un cuerpo sin alma. En la Iglesia, el amor mal entendido es un alma sin cuerpo. Es este un amor del apetito racional, una mera decisión voluntaria de seguir adelante por pura conciencia del deber, o por respetos humanos, o porque no hay más remedio.
Este tipo de amor no entiende a Dios con el amor de eros, que es amor de ilusión y gozo. No busca amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas, sino simplemente por la costumbre o por la inercia de una previa y empolvada determinación.
La vida espiritual aparece entonces como una entrega lastrada. Teresa de Ávila decía temer más a una monja descontenta que a un ejército de demonios. Experiencias repetidas habrá tenido de las entregas a remolque. Podemos pensar que la monja descontenta es la que tiene ágape sin eros; aquella que hace sus deberes por mera obligación, formalmente, sin la pasión del enamorado. Del enamorado de Jesús.
Ricardo Sada; Consejos para la oración mental